Las mayorías políticas están en riesgo de extinción. Su desaparición no tendría que suponer un inconveniente. Algunos, quizá inocentemente, creemos que la pluralidad enriquece las democracias. La ciencia de la diplomacia incluye –por no decir obliga– el diálogo, respeto y consenso. Si bien, ya se habrán percatado de que tales deberes parecen haberse fugado para siempre de las agendas de nuestros representantes públicos. Y ahora, en el momento de pactar, es cuando más se echan de menos...

¿Cómo defender ahora un acuerdo de gobierno con el que hace dos días era "un viejo carca del régimen del 78"? ¿Cómo justificas una reunión con el cómplice del 155? ¿Cómo le explicas a tus votantes que "la peor alcaldesa que ha tenido Barcelona" puede convertirse ahora en socia? ¿Cómo le vuelves a decir al electorado que otra vez te vas a saltar tus promesas electorales porque a ti lo que realmente te importa es gobernar, sea como sea? Después de todo lo que se han dicho y de lo que se han acusado, ¿puede existir alguna vinculación sana entre cualquier combinación de ERC, Comuns, PSC, Cs o JxCat?  

Las campañas electorales se enfocan en señalar los defectos y errores del adversario. El acoso y derribo se considera una táctica legítima para hacer política. Y, por suerte o por desgracia, es eficaz. Por lo menos, a corto plazo. Pero es bueno imaginar otro escenario en el que, a sabiendas que habrá que avenirse, guste o no, los candidatos al cargo tuvieran a bien destacar también las virtudes y aciertos de sus rivales. De este modo, no tendríamos la permanente sensación de estar votando al menos malo, sino al que podría merecérselo un poquito más.

Las campañas en positivo con críticas en positivo pueden antojarse hoy como ciencia ficción; pero acabarían con la hipocresía de prometerles la noche electoral a los militantes "con Rivera no" y un mes después, cuando los próximos comicios quedan ya muy lejos, flirtear con quien un día vendiste como el eterno enemigo y te puso un cordón sanitario.