Nunca he entendido muy bien para qué sirven los enormes adhesivos que se ponen en los cristales traseros vehículos con la inscripción “Bebé a bordo”. ¿Qué se supone que tiene que hacer un conductor que circula detrás de uno de esos automóviles que advierten que hay un bebé en su interior? ¿Conducir menos agresivamente? ¿No achuchar al que se supone atribulado papá o mamá que le preceden? ¿No tocar la bocina para no asustar al pequeño o, aun peor, despertarlo si es que duerme?

Tengo que reconocer que yo fui uno de los que puse uno de esos absurdos carteles en mi coche cuando estrené la paternidad tiempo ha. Por mi experiencia, el aviso no sirvió de nada y muchos conductores y conductoras siguieron insultándome por mi impericia al volante y mi lentitud en el desplazamiento ajenos a la mala opinión que mi hijo pudiera formarse de mí.

Tan inútil me parecen esos adhesivos como las banderolas que ha colgado el Ayuntamiento estos días en los que pide silencio a los ciudadanos que deambulan por la ciudad a altas horas de la noche. “Xisssssssst! A la nit no em cridis a l’orella” (“¡Xissssssst! De noche, no me grites en la oreja”), se lee en esas banderolas. Solo las he visto en catalán. Quizás conscientes los responsables municipales de la poca eficacia del mensaje han preferido ahorrarse el coste de la traducción del mensaje a otros idiomas.

Los mensajes en las banderolas sirven para saber qué día se realiza una competición deportiva, se inaugura una exposición o se celebra un concierto en la ciudad. Pero educar a los ciudadanos con mensajes de ese estilo es esperar demasiado. Los que vivimos en zonas transitadas por gente que frecuenta zonas de ocio nocturno sabemos de lo qué hablamos.

Cuando unos jóvenes se ponen a hacer botellón en la esquina de debajo de tu domicilio solo hay dos soluciones eficaces para poner fin al escándalo que te impide conciliar el sueño: llamar a la Guardia Urbana y dialogar con los que montan el follón. La primera, para qué nos vamos a engañar, es la más cómoda, aunque a veces no es tan inmediata como desearíamos los afectados. Para los que opten por el diálogo un consejo: es mucho mejor las buenas maneras que los insultos. Es menos eficaz tirar un cubo de agua que intentar llegar al corazón de los que nos incordian pidiéndoles que se vayan porque “me van a despertar al niño y me ha costado mucho que se durmiera”.

Ningún método es infalible pero mi abuela tenía razón cuando decía que “el infierno está lleno de buenas intenciones”. Y de banderolas, añadiría yo.