Hace ya un mes de las elecciones catalanas. En aquellas fechas la ciudad se llenó de pancartas y banderolas, así como de paredes pintarrajeadas. Era como si los publicitarios de la política se hubieran convertido en artistas medievales y sintieran horror al vacío: cualquier espacio, por mínimo que fuera, servía para poner un careto, incluso de gente que figuraba en las listas sin presentarse de verdad, como el fugado a Waterloo (exiliado, según Pablo Iglesias, que bien haría en visitar el museo del exilio de La Junquera para ver algunas imágenes de los exiliados de verdad). Cuatro semanas más tarde, en muchas calles siguen colgando pasquines y peticiones de voto. Se comprende que hay partidos pobres a los que no se les puede pedir que limpien lo ensuciado, pero a los ricos, sí se podría. Es más, el Ayuntamiento de Barcelona debería exigir que se retirara tanta basura del espacio urbano que se prestó o alquiló para la campaña.

Que hay partidos pobres, incluso entre los nacionalistas, está claro. Ahí está el FNC (Front Nacional de Catalunya), que pide la anexión de Andorra, donde tiene o tenía las cuentas la familia Pujol, y que no participa ni del 3% de JxC ni tiene miembros amigos de dirigentas como Laura Borràs a quienes se adjudiquen algunos contratillos de nada. Pero los otros, los que tienen pasta y que van a cobrar un pastón procedente de las arcas del Estado opresor, esos deberían dejar la ciudad limpia de cartelería y pegamento. Y si no lo hacen, el consistorio debería hacerlo y pasarles la factura.

Se comprende que el problema de ese tipo de suciedad es menor en una Barcelona hecha unos zorros y con problemas bastante más serios. Después de todo, el futuro Govern de la Generalitat es de los que provocará más caos en el mundo económico y potenciará los desórdenes, en línea con la CUP; las corruptelas, en línea con JxC; y la ineficiencia propia de los dirigentes de ERC. Es decir, un aumento de la inseguridad ciudadana y jurídica, acompañada de una parálisis ejecutiva. ¡Qué futuro más estupendo!

Se ha visto en las últimas medidas sobre movilidad en Cataluña dictadas por la consejera de Salut en funciones, Alba Vergès. Se pide a los ciudadanos que no viajen en el mismo momento en que se autorizan los desplazamientos por toda Cataluña. Es decir, el Gobierno catalán, en vez de gobernar hace de cuñado y da consejos. Y cobra. Luego, si la cosa va mal, siempre se podrán echar las culpas a alguien, sea al Gobierno de España o a los ciudadanos que no han hecho ni caso. A Ciudadanos no que igual ya ni existe.

El problema principal es que algunas personas son muy crédulas (se les puede distinguir porque llevan casi siempre algo amarillo) y han decidido que cualquier cosa que les diga alguien que finja promover la independencia es verdad verdadera y está fuera de dudas. Por fortuna, ninguna de ellas es aún seguidora de Ellen Green, una australiana que defiende el “respiracionismo”. Se trata de una teoría que sostiene que la energía que proporciona la luz del sol es suficiente para cualquier individuo, de forma que se puede subsistir sin ingerir alimento ni bebida alguna. Green prefiere que la llamen Jasmuheen, que significa más o menos “defensora de la alimentación pránica”, es decir, a través de la energía solar. Una vez se prestó a demostrar ante las cámaras de una cadena televisiva que era capaz de vivir como decía. Aguantó cuatro días (exactamente cuatro, ni medio más ni medio menos), pero algunos de sus confiados seguidores aguantaron más, hasta que la palmaron. Aquí hay una diferencia: los amarillistas no llegan a defender que se pueda sobrevivir sin comer, pero sí que se puede vivir sin trabajar. La lista de los vivales es larga, salen con frecuencia en TVres y a muchos de ellos se les pueden ver aún las caras retratadas en carteles que cuelgan de las farolas de Barcelona pidiendo todo el voto por la patria. Esos carteles que no quitan y que el Ayuntamiento no les obliga a quitar.

Que sus fieles les crean es otro misterio que quizás puedan entender quienes han leído Alicia en el país de las maravillas. La niña le dice a la reina: “Es inútil intentarlo, uno no puede creer cosas imposibles”. Y la reina (la de del cuento de Carroll) le responde: “No tienes mucha práctica. Cuando yo tenía tu edad, siempre practicaba durante media hora al día. Algunas veces he llegado a creer hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno”. Y sin ver TV-3.