Los enemigos del hombre (de ciudad) son tres: el coche, la moto y el perro. O para ser precisos y justos: ciertos dueños de coches, motos y perros. Todo tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes. Los perros pueden ser una delicia, pero también pueden ser muy mal educados, sobre todo si lo son sus dueños e ignoran que por las aceras circulan personas que pueden resbalar y, sobre todo, que quizás no tengan por qué soportar los malos olores de un cuarto de millón de litros de orina que se vierten cada día en las calles barcelonesas. Las motos no hacen nada por sí solas, pero algunas petardean (por voluntad de sus propietarios) mucho más de lo que debieran y permanecen aparcadas en mitad del espacio destinado a los peatones. Probablemente esos mismos motoristas desaprensivos se indignarían un montón si los peatones decidieran instalarse en mitad de la calzada porque la acera se les había quedado corta.

Luego está el coche (incluyendo turismos, furgonetas y camiones, de reparto y de servicios municipales). Los que consumen combustibles fósiles huelen mal, hacen ruido, ensucian y, a veces, incluso matan. Nunca el automóvil solo, siempre necesita de un auxiliar humano para estos menesteres.

Además de los muertos por atropello, hay que contar ahora unas mil muertes al año como consecuencia de la emisión de partículas nocivas. Los datos pertenecen a un estudio municipal hecho público esta misma semana. El informe es bastante completo y permite saber que el 94% de los residentes en el Eixample han soportado diariamente emisiones contaminantes por encima de los mínimos que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Y, para ser justos, los datos son de 2019, pero la situación se viene repitiendo desde hace al menos veinte años. El estudio ha analizado el entorno de 348 centros de enseñanza en los que había inscritos 122.500 niños, con resultados demoledores: el 26% (unos 30.000), respiran porquería todos los días del curso. La mitad de estos niños se concentra en colegios situados en el Eixample.

Este consistorio, aprovechando la pandemia, ha tratado de reducir la presencia del coche, con medidas tan polémicas que la propia alcaldesa reconoce que no le gustan. De ahí se deduce que o no sabe hacerlo mejor (no tiene que ser ella en persona, sino los equipos técnicos municipales) o no ha querido. En cualquier caso, basta con que se lea el informe elaborado por la Agencia de Salud Pública para ver que en el mismo se apuntan algunas soluciones que convendría poner en práctica lo más pronto posible para que los muertos de 2021 no lleguen al millar. Para eso sirven (o deberían servir) estos análisis: para corregir las cosas.

Algunas de esas medidas no dependen del consistorio. Por ejemplo, incrementar el teletrabajo. Pero otras sí. Entre ellas, ampliar las zonas verdes, reducir los aparcamientos en la calzada, aplicar con seriedad las medidas aprobadas para las Zonas de Bajas Emisiones, pacificar las calles reduciendo el tráfico con algo más que con una valla de quita (cualquiera) y pon. También podrían incluir en los criterios de adjudicación de servicios municipales la exigencia del uso de vehículos eléctricos y defender el espacio destinado a bicicletas y transporte público de la constante invasión por parte de automóviles que no debieran ni circular ni aparcar en esas zonas.

Son cosas sencillas. No hacen falta muchas leyes, basta con aplicar las existentes con rigor. Sobre todo ahora que incluso los comunes han descubierto, al formar parte del Gobierno de España vía Podemos, que las leyes están para ser cumplidas.

Puede que en un futuro, cuando todos los ciudadanos hayan sido formados en los valores de la convivencia y el reequilibrio de la riqueza haya terminado con la explotación del hombre por el hombre pueda prescindirse de las leyes. De momento, sin embargo, mejor respetarlas que dejar que cada uno haga lo que le parezca, como sugería Ada Colau antes de llegar a la alcaldía. Y si hay normas injustas, que se cambien. Ella lleva ya cinco años en la plaza de Sant Jaume y en la pasada legislatura gobernaba con cierta tranquilidad hasta que decidió romper con los socialistas por motivos amarillentos. El color de los orines de los perros que cada día ensucian la ciudad.