Llegan las fiestas, en este caso las de la Mercè, unidas a la decisión del Supremo de si inhabilita a Joaquim Torra y los CDR se preparan para celebrarlas a su manera: con la quema de algún tren (o varios) con los cortes de alguna autopista (o varias). Compiten con Ada Colau y organizan unos fuegos artificiales alternativos. Son gente simpática, sonriente, dicharachera aunque con cierta vocación pirómana. Lo grave es que la obsesión de estos individuos con el tren está costando cara a la economía catalana. Es sabido que Barcelona y su entorno industrial suspiran por el llamado corredor mediterráneo, una vía férrea preferentemente para mercancías que una Algeciras y su puerto con el sur de Francia. Un proyecto que tiene un serio competidor: los partidarios de un corredor central que, partiendo también de Algeciras, enlazara con Francia a través de Madrid, Zaragoza y Canfranc.

El corredor mediterráneo tiene una ventaja: la alta concentración de exportadores entorno a Valencia y Barcelona. En contra, la alta densidad urbana del trazado que hace difícil duplicar vías en no pocos tramos. El corredor central también tiene sus ventajas: discurre por zonas de menor densidad de población, lo que permite dibujar el trayecto a placer y un proceso de expropiación y obras mucho más rápido.

Desde Francia, el proyecto central es más atractivo porque pondría coto al crecimiento de los puertos de Valencia y Barcelona que compiten directamente con Marsella.

Y en los últimos tiempos ha surgido un nuevo grupo de presión a favor del eje central y en contra del mediterráneo: los CDR. Porque es evidente que el eje central no contaría con la intervención sistemática de estos ilusos que creen que van a conseguir la independencia prendiendo fuego a instalaciones ferroviarias. Lo único que hacen es alimentar su propio ego y convencerse de que están dando pasos hacia Ítaca cuando en realidad sólo están frenando el desarrollo industrial de su propia tierra y dificultando proyectos de progreso.

Es posible que les confunda el entusiasmo con que sus hogueras son acogidas por TV-Res y, tal vez, por el nuevo consejero de Empresa, cuya función parece ser, no la de dinamizar el tejido empresarial, sino la de dinamitarlo. Ya se sabe que la función de algunas manifestaciones es, en muchos casos, la de dejar satisfechos a los asistentes que vuelven a casa sintiéndose muy acompañados. Si encima se les jalea desde las cámaras televisivas, esa satisfacción se multiplica. Como la de los bobos que se ponen detrás de un presentador para saludar con la mano y señalar al mundo que eso es lo más cerca que van a estar en su vida de atraer la mirada de alguien.

De modo que los CDR se preparan ya para su madrugada de fiesta y fuego. Últimamente la han pillado con el AVE porque enlaza con Madrid y cortar las relaciones con la capital de España siempre es un valor añadido. No en vano Torra acaba de pedir a los barceloneses que no viajen a los madriles. Aparentemente lo hace por el coronavirus, pero si eso fuera verdad tendría que empezar por ver qué ocurre en aquellos barrios de Barcelona donde el contagio supera ampliamente a la media de la capital española.

Lo más curioso es que Barcelona tiene buenas cartas para conseguir el corredor mediterráneo. El área metropolitana supone el 25% de las exportaciones españolas y la zona de Valencia, la mitad de ese porcentaje. Además, dispone ya de tramos de ancho europeo hasta Tarragona y Adif está trabajando en la instalación de un tercer carril desde ahí hacia el sur. Una solución que no es la idónea pero sí la más rápida y ya se sabe que, como viera Machado (don Antonio) en este país, las decisiones provisionales tienen muchas probabilidades de convertirse en definitivas.

Ahora bien, no hay buena voluntad que supere el incordio cotidiano de unos muchachos (los CDR, entre los que hay familiares de Torra, por eso tal vez la tolerancia hacia ellos) que amenazan con arruinar cualquier inversión que se haga. Y es fácil reconocerlos: en sus coches, en vez del viejo imán en el que podía leerse “papá, ven en tren” ellos llevan otro: “papá, quema un tren”. ¡Y la ilusión que les hace!