Si un tipo entra en un bar y le pide al camarero porras con chocolate, el camarero le servirá porras con chocolate. Si al día siguiente le pide lo mismo, el camarero  se lo servirá de nuevo. Si se lo pide chillando, el camarero se pondrá de mal humor pero seguramente le acabará sirviendo el desayuno. 

El independentismo lleva tiempo pidiendo porras con chocolate para desayunar. Puede parecer que lo pide de buen humor, pero la realidad es que lo pide de muy malas maneras. De un modo u otro, el camarero le acaba sirviendo el desayuno. 

Unos lo piden saltándose la ley, violentando la libre circulación, el derecho de reunión y manifestación y el respeto a la persona y a las instituciones. Los más escandalosos lo piden iluminando las calles con contenedores, apedreando a la policía o agrediendo a quienes quieren un desayuno diferente. 

Al fin y al cabo, todos piden lo mismo, porras con chocolate, y el camarero, que es educado y tiene bien aprendido que debe obedecer al cliente, se las sirve con toda diligencia. 

El 22D, una vez más, los indepes intentarán vender al mundo entero que los camareros les han servido porras contra su voluntad, aunque la realidad es que llevan tiempo pidiéndolas a gritos. Espero que en esta ocasión el Gobierno muestre muy claramente al mundo quién ejerce la violencia y quién la legítima defensa. 

Y es que si no llovieran porras, a más de uno ya le habrían abierto el melón en más de una manifestación. Véase el 29 de septiembre en las calles de Barcelona, o la semana pasada en Terrassa y Girona. 

Espero que a los camareros no les tiemble el pulso a la hora de servir porras el 21 de diciembre. No por venganza o por odio, ¡faltaría más!, solo para evitar que los bárbaros campen a sus anchas y arrasen con todo lo que encuentren a su paso.