El Instituto Metropolitano del Taxi de Barcelona (Imet) ha reformado el artículo del reglamento que regula la actividad de los taxistas en su vestimenta durante el trabajo. A partir de ahora, los conductores de taxi no podrán trabajar en bermudas, camisetas de tirantes, chándal, chancletas ni demás ropa deportiva. Una normativa que se ha tomado para mejorar la imagen del colectivo, obligados, muy probablemente, por una competencia como Cabify que sí cuida los detalles (no es lo mismo subir a un coche con un conductor que responde al "buenas tardes" con un berrido que mirar al frente y descubrir a un chófer ataviado impecablemente con un traje oscuro, camisa blanca almidonada, corbata bien anudada, zapato de cordón lustrado, que se dirige de usted, te pregunta si la música y la temperatura son las correctas y te indica que tienes agua y wifi disponible). 

Celebro que no sólo los estetas aplaudamos la propuesta; pero es preocupante que se precise de reglamentación indumentaria tan básica, de sentido común (quiero creer que no hace falta tener un master para entender que la ropa de deporte, como su propio nombre indica, es para practicar deporte o lucirla durante el tiempo destinado al ocio), cuando el aseo y el cuidado del aspecto de nuestro cuerpo (la única propiedad segura que nos acompañará en todo nuestro trayecto por la vida), tanto en nuestra faceta profesional como en el plano privado, depende del nivel cultural alcanzado socialmente.

Entre la dictadura de la imagen (globalización, mimetización, postureo, cirugías, marquismo, vigorexia, artificialidad y superficialidad variada) y la dictadura de la comodidad (“La comodidad es el concepto preferido de los bárbaros”, señaló Oscar Wilde); algunos seguimos defendiendo el respeto, la consideración y la educación en nuestro aspecto y primera carta de presentación al mundo. Y el gesto no es tanto una deferencia hacia los que nos observan, sino hacia nosotros mismos (autoestima).