Éramos pocos y parió Collboni. Ya teníamos a Ada Colau mirando con muy malos ojos el proyecto de instalar en Barcelona una sede del Hermitage; supongo que la grandeza asociada a esa iniciativa le causaba urticaria, pues a ella lo que de verdad le mueve es dejar sin estufas a los fumadores de las terrazas de los bares después de haber sido expulsados de los establecimientos; las pequeñas cosas, las iniciativas de chichinabo la vuelven loca; por el contrario, todo lo relativo a las grandes ciudades le causa serios quebrantos: ¿para qué un museo nuevo en Barcelona cuando lo que hay que hacer es potenciar los pequeños huertos urbanos? La alergia de los comunes a los proyectos ambiciosos es para ellos una seña de identidad. Solo faltaba que Jaume Collboni se sumara a poner pegas al Hermitage, que es lo que acaba de hacer aduciendo problemas de movilidad, concepto que nadie acaba de entender, pero que suena tan bien como “sostenibilidad”.

Si no me equivoco, el Hermitage era, en el fondo, una buena excusa para el progreso del Port Vell y zonas colindantes. Puede que no debamos depender de las grandes obras y los magnos acontecimientos, ya se trate de un museo ruso o de unas olimpiadas, pero esta ciudad siempre ha avanzado así, a base de excusas gloriosas que han redundado en un beneficio de la estructura urbana. Sería mejor, no lo negaré, que el progreso fuese entre nosotros un tema que no dependiese de grandes acontecimientos y gloriosas excusas, pero somos como somos y ésa es nuestra manera de actuar. Como los galgos del canódromo, si no tenemos un conejo mecánico al que perseguir, no nos movemos del sillón.

Los bocetos de Toyo Ito para el Hermitage muestran un edificio singular que quedaría estupendamente en cualquier ciudad. Y con los fondos del original hay material suficiente para llenar esta sucursal de material interesante. Sin embargo, Colau y Collboni no acaban de entusiasmarse con el proyecto, aunque en sus inicios lo representaba ese sabio local, tristemente fallecido, que fue Jorge Wagensberg. La instalación de la noria navideña nos hizo pensar que el consistorio empezaba a tomarse en serio la reforma de la zona, en la que el museo jugaría un papel fundamental, por lo menos a nivel icónico (los barceloneses no nos matamos precisamente por visitar nuestros museos). Pero ahora vemos cómo se repite la historia del MACBA y el CAP del Raval, cómo los comunes, siempre preparados para el populismo, observan el Hermitage como una pijada para intelectuales burgueses y, prácticamente, como una traición a la clase trabajadora.

No sé cómo acabarán los problemas de movilidad del amigo Collboni, pero me parecen una mala señal de los socios de gobierno de los comunes. Ada Colau se ha olvidado de que Manuel Valls (y muchos más) la consideraban un mal menor en comparación con el Tete Maragall. Creo que la obligación de los socialistas sería recordárselo con cierta frecuencia.