Ada Colau es la reina de la ambigüedad. Y una oportunista. Siempre rema con la corriente a favor y ajusta los discursos en función de su audiencia. La misma alcaldesa que luce un lazo amarillo en la ofrenda floral a Rafael Casanova para contentar a los independentistas, horas después participa en un homenaje a Salvador Allende sin el polémico distintivo, ante un público tradicionalmente escéptico o contrario a la secesión de Catalunya.

El lazo amarillo de Colau es de quita y pon. También son flexibles sus discursos y sorprende la capacidad de la alcaldesa de explicar anécdotas relacionados con asuntos de máxima actualidad. En plena polémica sobre los derechos de la comunidad LGTBI, la primera autoridad de Barcelona desveló que, en su juventud, tuvo una novia italiana. La confesión, sin venir a cuento, la hizo ante Jorge Javier Vázquez, el presentador de Sálvame Deluxe, que no pudo disimular su sorpresa.

Colau, que anteriormente había declinado varias invitaciones del mismo programa, confesó algunos pecados de su juventud, en plena campaña de las elecciones autonómicas catalanas. Necesitaba su particular cuota de protagonismo y transmitir una imagen de alcaldesa moderna cuando la actividad municipal quedaba totalmente solapada por el encaje de Catalunya en España. En plena batalla entre Puigdemont y Arrimadas, Colau alardeaba de sus experiencias amorosas y de ser una chica mala.

Nueve meses después, la misma alcaldesa que no ha dicho ni pío del derrumbe de 144 nichos en Montjuïc y minimiza la degradación del Raval por culpa de los narcopisos o el malestar de los comerciantes por su tolerancia con el top-manta, da lecciones de ética sobre los masters universitarios. Ella, que no ha terminado la carrera de Filosofía y Letras (ha reconocido abiertamente que le faltan un par de asignaturas), ha dicho este jueves que una alta directiva de una multinacional le ofreció acabar sus estudios de “forma fácil”.

Colau ha lanzado su mensaje sin aportar pruebas. Tampoco ha explicado por qué no denunció su caso ante la Justicia. Ha optado por reivindicarse como una persona íntegra en tiempos de zozobra en el Consistorio barcelonés. A falta de gestión, la alcaldesa opta por la gesticulación, pero su populismo cada vez suscita más rechazo. Nada, o casi nada, trascenderá de la transformación de Barcelona que prometió en 2015. Hoy, tres años después, la ciudad vive la peor pesadilla de los últimos años, con los precios de los pisos por las nubes y una degradación intolerable en barrios populares como la Barceloneta.