Hace unos días murió Enrique Badosa (Barcelona, 1927-2021). La mayoría de los diarios resaltaron a alguien que nunca estuvo en sus primeras páginas, pero de cuya importancia en la historia cultural de la ciudad no cabe duda. La sociedad la escriben los peatones de la historia, aunque los laureles sean para los “héroes”. Una palabra tan devaluada que se aplica hasta a los deportistas. ¡Cuánta razón tenía Ciorán!: “La vida seguiría siendo la misma sin la estupidez de los héroes”, pero no sería igual sin hombres como Enrique Badosa. Fue buen periodista (en El Noticiero Universal), buen profesor (en la Escuela Oficial de Periodismo), buen poeta, buen editor (en Plaza y Janés), buen traductor, buena persona. Seguramente por todo eso, las instituciones culturales barcelonesas y catalanas dejaron pasar su fallecimiento como si nada. Después de todo, como señaló Rosario Fontova poco después de su muerte, “sólo era un meteco sin patria ni ataduras”. Un hombre libre. Y una cosa así, a los que dicen no ser libres y cobran por decirlo, les duele.

También calló TV3, donde predican los que carecen de libertad. No es extraño, sus mandos conocen bien a escritorcillos subvencionados del tres al cuarto y lazo amarillo, pero probablemente ignoran que Badosa era el traductor al castellano de, entre otros, Salvador Espriu, J. V. Foix, Horacio y Paul Claudel. También difundió la obra de otros autores catalanes más antiguos: Ramon Llull, Jordi de Sant Jordi, Ausiàs March, Rois de Corella… Nada de eso tiene mérito comparado con ser capaz de cortar la Meridiana o quemar un contenedor en nombre de la patria.

Badosa fue profesor en la Escuela Oficial de Periodismo, dependiente del Ministerio de Información y creada a imagen de lo que hizo Goebels en Alemania. Algunas la llamaban Academia Manegat, porque el director fue el periodista Julio Manegat. Se reunieron allí algunos profesores que burlaron la dictadura y difundieron conocimientos tanto periodísticos como generales: Carlos Martínez Shaw, Carlos Pujol, Manuel del Arco, Lluís Bassat, además del propio Badosa. Los alumnos eran cribados y una de las pruebas del examen de ingreso consistía en presentar una autobiografía en la que se detallaran aficiones, tendencias, lecturas y otros factores a controlar. No obstante, muchos alumnos burlaron el control ideológico ejercido, dicho sea de paso, sin gran entusiasmo por algunos profesores.

Allí estudiaron, entre otros, Carles Pastor, Enrique Arias, Carles Guardia, Manuel López, Karmele Marchante, Fermin Bocos, Armando Matías Guiu, Isabel Clara Simó, Margarita Ledo, María López Vigil, Amparo Moreno, Xavier Vinader y Eduardo Álvarez Puga, que era el mayor de todas las promociones, fallecido también recientemente con el mismo eco institucional que Enrique Badosa: ninguno.

Pase el silencio sobre Álvarez Puga; después de todo era un periodista que había sido director de la revista Mundo y de Interviú, y los periodistas, por definición, se dice que no son noticia. Además escribió un libro que se titula La irracionalidad nacionalista. ¿Para qué más? Pero Badosa tenía la cruz de Sant Jordi y fue premio Ciutat de Barcelona y, además, de puro bueno machadiano, evitaba las polémicas, lo que no implica que no tuviera criterio.

Que las instituciones que le concedieron esos premios (cuando no estaban gobernadas por los sectarios) no se dieran por aludidas sólo se explica si se compara su trayectoria intelectual con la de Natalia Garriga, titular de Cultura y socia de Òmnium Cultural. Por si alguien no se ha enterado, Òmnium es esa entidad supuestamente dedicada a defender y expandir el uso social de la lengua catalana en Cataluña que aún no ha sido capaz de darse cuenta de que si el catalán es de enseñanza obligada en las escuelas, alguna responsabilidad tendrán los gobiernos habidos, casi siempre nacionalistas, en que los chavales no lo dominen. Igual es que el sistema educativo no funciona. Pero, claro, no va a ser eso, porque el sistema educativo es responsabilidad de la Generalitat que, como todo el mundo sabe, nunca hace nada mal.

Badosa escribía en castellano, pero hablaba mucho mejor el catalán que la mayor parte de los miembros del Consell Executiu. El actual y el anterior. Y respondía por igual si se le llamaba Enrique o Enric porque empleaba la lengua como vehículo de comunicación y de cultura y no para encender fuegos y provocar divisiones. ¡Qué osadía!