El casco antiguo de Sarrià es una de las zonas más bellas (auténticas) que quedan en Barcelona. El pijismo que se le atribuye queda algo más lejos, en Sant Gervasi o Pedralbes. Si uno se acerca al barrio, es fácil advertir que en el centro (ni más arriba ni más abajo) lo que impera es la buena educación: la ley de la sonrisa, el "buenos días" y "gracias". Un privilegio al que se le añadía el lujo de que sus calles estuvieran increíblemente limpias. Costaba ver un papel tirado en el suelo. Los niños y no tan niños, si no atinaban al encestar la lata en la papelera, se acercaban y remataban la jugada. Pero todo esto llegó a su fin el pasado 19 de febrero al entrar en funcionamiento la recogida de basura selectiva de residuos cero.

A los vecinos del casco antiguo de Sarrià -que pagan sus impuestos y, por lo menos en esta zona, contribuían con el mantenimiento de la limpieza de las calles con el sencillo gesto de no ensuciarlas- se les exige ahora que bajen los escombros entre las 20 y las 22 horas y almacenen sus deshechos en casa los martes, jueves y sábados. Los miércoles y los domingos deben recordar depositar los plásticos y los metales en el portal; los viernes, papeles y cartones. Y los residuos sanitarios (pañales, compresas o excrementos de mascotas, incluida la tierra de la bandeja de los gatos) se recogen los lunes, miércoles, viernes y domingos. El lunes, el material de rechazo (colillas, suciedad y polvo de escoba, lápices usados o pelos, por ejemplo). Además, los restos deben ir introducidos en bolsas específicas y con etiquetado especial... Efectivamente, para atender y cumplir con la nueva logística de recogida de basuras hay que doctorarse previamente.

Y aunque uno quiera respetar las nuevas reglas, por entender que la sostenibilidad y el ecologismo son responsabilidad de todos, en algunas situaciones es complicado. Si usted es un anciano y la persona que le asiste se va antes de la hora fijada por el ayuntamiento para bajar la basura; si su piso es minúsculo (20m2) y no tiene espacio para guardar la porquería que genera; o si le ha venido familia a celebrar su aniversario y han comido marisco y se le ocurre ir en busca de un contenedor donde desprenderse de los restos, advertirá que han retirado todos aquellos que queden cerca, por lo menos, desplazándose a pie. ¿Solución? Empezar a dejar las bolsas en la puerta a cualquier hora del día, sea o no el conveniente, creando un paisaje urbano de lo más tercermundista y mimetizándose (ahora sí) con el abandono que sufren otras zonas de la ciudad.

Si el objetivo del proyecto pretende conseguir que plazas y calles del casco antiguo de Sarrià estén limpias, se mejore la calidad del aire y disminuyan los ruidos, basta con regresar (antes de que llegue el verano y los olores) al modelo anterior, añadiendo más contenedores de reciclaje, y confiar en la buena educación de sus gentes. Lo demás, basura.