Los habitantes de Barcelona son seres sociales por naturaleza. Siempre que salgo a la calle me los encuentro hablando entre ellos, con bolsas en la mano que intercambian constantemente. Al acercarme al puerto, los barcos se mueven: llegan mercancías y personas de todas las partes del mundo. Todos sonríen porque quieren salir ganando. Hay en ellos y ellas una belleza especial porque tienen la piel metálica, de bronce, acariciada por el sol. Es una piel que lleva siglos bañada por el agua y la sal: los barceloneses son esculturas andantes con sandalias que no se cansan de traficar con objetos y con palabras. De vez en cuando, alguno de piel blanca atraviesa la plaza: serio, recogido, mirando al suelo. Son los científicos o los místicos. Barcelona da, de vez en cuando, premios Nobel o santos de altar.

La ciudad está poblada de plátanos a lado y lado de cada calle. Son árboles que dan sombra en los mediodías crudos del verano: ventilan las calles y purifican su aire. Como plantados en el asfalto, exhiben su piel cambiante y, en invierno, tapizan las calles con sus hojas muertas y restructuran la vista de la ciudad con sus esqueletos al viento. Entonces, las fachadas del los edificios se ven más desnudas porque no las tapan sus hojas. Los plátanos filtran el aire de Barcelona y lo devuelven sin polución, otra vez cristalino y límpido como era antes. Por la noche, los troncos de los plátanos se agitan con el viento y crujen, dando la sensación de que estamos en una ciudad-barco.

El pavimento de las aceras está cubierto de losetas con forma de rosa. Hay muchas mujeres que se llaman Rosa y en el mes de abril los hombres regalan rosas y las mujeres regalan libros. Es importante para Barcelona aquel caballero que, para salvar a una princesa, se enfrentó a un dragón infernal. Por todas partes hay rosas y dragones en Barcelona y de todos los colores y tipos. La catedral de la ciudad escupe el agua de sus tejados por la boca de dragones alados y hay edificios enteros como la casa Batlló que son como el cuerpo de un dragón en plena batalla contra el caballero: tapizado de escamas, con ojos y dientes amenazadores, esperando devorar alguna princesa de bronce, de las que llegaron al puerto, con la piel metálica y calzando sandalias.

Desde hace siglos, en el centro de Barcelona hay un templo en construcción. Los habitantes de Barcelona acarrean pesadas piedras y las llevan allá, para que pueda seguirse construyendo. Muchos arrastran barandillas de forja metálica con figuras grotescas para el templo. Otros y otras llevan al templo figuras de cerámica o fragmentos de mosaico que, sueltas, no significan nada, y que juntas formarán amplios programas para el interior del templo. Infinidad de grúas pinchan el cielo de Barcelona, se disparan hacia arriba buscando el infinito y con el tiempo la fábrica del templo se levanta haciendo ruido, pero en silencio. Este templo está dedicado a una familia que todos saben que es sagrada porque representa un ideal más grande.

De día, la luz de Barcelona es de color azul, aunque en verano se hace más anaranjada. En realidad, hay un arco iris muy difícil de ver, pero que se nota, que atraviesa la ciudad. Gracias a él, la ciudad disfruta de paz, los habitantes de Barcelona funcionan como las piezas de un gran reloj y esta es una ciudad inexpugnable.