Disparos a quemarropa. Apuñalamientos. Violaciones en la playa. Robos en el metro. Peleas salvajes en cualquier barrio. Barcelona es un caos, la ciudad de los horrores, con sus vecinos hartos de tanta inseguridad y decepcionados con sus representantes políticos. Con Colau en la alcaldía, Barcelona vive la peor crisis desde la restauración de la democracia. Más de 500 delitos al día, según datos oficiales del Ministerio del Interior, penalizan a una ciudad cosmopolita y acogedora que encara el futuro con demasiadas incertidumbres.

Las mafias de la droga campan a sus anchas en Barcelona. Las fuerzas de seguridad son insuficientes para combatir una delincuencia cada vez más organizada y diversificada. Faltan agentes de los Mossos y una mayor presencia de la Guardia Urbana en las calles. Por las noches, las dotaciones son mínimas y cuando se detecta un foco conflictivo, en el resto de las calles hay carta blanca.

El gobierno de Colau, con la inepta Gala Pin como responsable de Ciutat Vella, fue muy permisiva con los narcopisos y el top manta en su primer mandato. Su desprecio a la policía penalizó a los comunes, que reaccionaron tarde y mal. Para tapar su fracaso, activaron un conflicto con el futuro de la capilla de la Misericòrdia, enfrentando al sector sanitario con el cultural.

El sistema judicial también falla. Los delincuentes no temen a la Justicia. Al contrario. Saben cómo combatirla. Hay carteristas con un historial extenso que día tras día viven de sus trapicheos y de sus hurtos. Y lo peor es el efecto llamada. En Barcelona vale todo para desesperación de restauradores, comerciantes y ciudadanos, aturdidos también por las disputas y tensiones entre las distintas administraciones.

Barcelona necesita una profunda reflexión. La actual inseguridad no invita a invertir en nuevos proyectos. Económicamente, la ciudad se empobrece día tras día en un mundo cada vez más competitivo. Colau no es fiable y muchos se agarran al PSC para vislumbrar un futuro menos apocalíptico. Con los socialistas en el gobierno, la capital catalana vivió sus mejores años, pero Collboni no es Pasqual Maragall. Bien visto en algunos sectores, ni que sea como mal menor, Barcelona está en manos de quienes dos semanas antes de las elecciones, enrabietados y ofendidos, prometieron que nunca, nunca pactarían con Colau. Sorprendidos por el desenlace postelectoral, los barceloneses piden soluciones y mano dura contra la delincuencia, un reto mayúsculo para Albert Batlle, posiblemente el mejor fichaje del PSC.