El desdén por parte del President de la Generalitat por todo lo que pase en Barcelona no es nada nuevo, pero no por ello es menos alarmante. Barcelona ha sufrido unas jornadas complicadas. Los macrobotellones y los problemas de inseguridad son un tema a resolver con urgencia, pero parece que el actual presidente de la Generalitat está más preocupado por las posibles injerencias del todopoderoso Puigdemont que de lo que pase en la capital de su soñado país.

El problema de los botellones no es un tema exclusivo de Barcelona, ni mucho menos. Basta con echar la vista atrás o con abrir la perspectiva para darse cuenta de que son muchas las localidades que viven problemas similares. Si miramos otros puntos de España vemos que ciudades como Madrid están teniendo problemas parecidos. Los botellones se están yendo de las manos en toda España, aunque muchas veces parezca que el foco se pone solo en Barcelona.

De hecho, si nos fijamos en otras localidades catalanas, vemos que la situación tampoco dista mucho de lo que sucede en Barcelona. En el pasado cercano tenemos el ejemplo de Tiana, en el que varios vándalos acabaron agrediendo a la policía durante una noche de botellones. O el caso del macrobotellón que contó con miles de personas en la Universidad Autònoma de Barcelona (Bellaterra) y acabó generando destrozos que la universidad cifra en 50.000 euros.

El problema es global y debe abordarse de ese modo. Y deben abordarlo todos aquellos que tienen competencia para hacerlo. Que la Generalitat se muestre de nuevo más preocupada de Puigdemont que de los problemas que se están viviendo ahora mismo en nuestra ciudad, dice mucho de sus prioridades.

Imagino que lo que de verdad tiene en vilo a ERC es ver si Puigdemont, con su última jugada, pretende volver a situarse en el tablero para forzar una rotura de gobierno que nos mande de nuevo a las urnas con la esperanza de que Junts consiga eliminar a ERC de la ecuación y recuperar la presidencia de la Generalitat. Viven abducidos por una realidad que solo les preocupa a ellos. Una realidad que, en el fondo, trae sin cuidado a los ciudadanos de Barcelona.

Es cierto que quizá tras más de diez años buscando el modo de saltarse las leyes, la Generalitat tiene poca legitimidad para pedir a los ciudadanos que cumplan con las ordenanzas de sus municipios, pero no por ello deberían dejar de sumarse a las declaraciones que han esgrimido otras administraciones más sensibles con los problemas de sus ciudadanos. Nos enfrentamos a una situación derivada de la pandemia y normalizada ya por aquellos que han apostado por beber en la calle cada fin de semana, y en esa lucha no sobra nadie. Todas las administraciones deben ir de la mano.

Se ha discutido mucho sobre la necesidad (o no) de abrir definitivamente el ocio nocturno durante toda la noche. Nunca he entendido este debate porque me parece relativamente evidente que la apertura no solo es una buena idea, sino que es a todas luces necesaria. Hay quienes afirman que ésta no es la solución al problema del botellón, y probablemente acierten, pero estoy convencido de que pese a no ser una solución a un problema multifactorial, sí puede mitigar el número de personas que se lanzan a las calles de la ciudad en búsqueda de algún rincón en el que poder divertirse. Y esta decisión debería haberse tomado hace mucho tiempo. Siempre me ha sorprendido que quienes debían tomar decisiones al respecto no fueran capaces de llegar a la conclusión de que cuando alguien se acostumbra a algo, en este caso a beber en la calle, hacerle perder la costumbre es costoso y complicado.

Las declaraciones a estas alturas sirven de poco. Es necesario que Ayuntamiento y gobierno autonómico pongan las cartas sobre la mesa. Que se planteen medidas concretas que ayuden a superar esta crisis, y si no se puede superar, al menos que se mitigue la situación. Que se sienten y lleguen a acuerdos. Eso es lo que necesita la ciudadanía. Unidad de criterio y unidad de acción frente a los violentos.