En las últimas semanas Josep Antoni Acebillo, el arquitecto que fuera en su día el inspirador de buena parte de las reformas urbanísticas de la Barcelona gobernada por los socialistas, ha tenido dos intervenciones públicas de notable impacto. Primero fue una conferencia en el Círculo del Liceo y después una entrevista publicada en Metrópoli. Con Acebillo se puede coincidir o discrepar, pero está claro que tiene un proyecto de ciudad. Un proyecto global en usos y funciones. No parece que los teóricos del urbanismo de todas las formaciones con representación municipal tengan algo semejante.

De las intervenciones de Acebillo se han destacado, sobre todo, las críticas hacia el actual gobierno municipal, presidido por Ada Colau. Tiene toda la lógica del mundo porque es quien hace y deshace en la ciudad y, por consiguiente, quien incide en las vida de los barceloneses. Confrontar con el modelo de Elsa Artadi resulta muy complicado. Cabe que lo tenga, pero escondido. Cuando los del 3% se llamaban Convergència tenían como asesor urbanístico a Ricard Bofill y el PSC contaba con Oriol Bohigas. Eso ya es pura historia.

Un punto central en la polémica entre la visión de Acebillo y las actuaciones del consistorio de Colau es el papel del coche. Mientras que las intervenciones municipales han tendido, al menos sobre el papel, a reducir su uso, Acebillo sugiere intervenir antes en la transformación del parque de vehículos. Ambos planteamientos buscan reducir al menos las emisiones contaminantes que producen unos 600 muertos al año. Un hecho que exige medidas contundentes. La propuesta de Acebillo muestra sus raíces socialdemócratas y propone ir adaptando los elementos que componen la ciudad: los cambios deben ser paulatinos y con el criterio de los médicos: que la intervención haga menos daño que el que se pretende curar. En primer lugar sugiere lograr que los 10.000 taxis que circulan por la ciudad dejen de consumir gasoil o gasolina. Luego, incidir sobre la flota de motocicletas que utilizan combustibles fósiles, promocionando el uso de vehículos eléctricos. Con eso se reducen las emisiones y también el ruido, uno de los problemas más graves de Barcelona. Shanghai, recuerda Acebillo, con más de 20 millones de habitantes, es mucho menos ruidosa gracias a intervenciones similares.

¿Sería más efectivo iniciar las modificaciones propiciando la transformación del parque de vehículos o restándoles presencia en la ciudad? ¿Se pueden hacer las dos cosas a la vez? ¿Es la reducción del espacio destinado al coche la mejor medida para que disminuya su uso urbano o simplemente está provocando más atascos y con ello mayor consumo de combustibles y más emisiones?

Tanto Acebillo como el equipo municipal tienen derecho a tener y a defender proyectos diferentes. Exponerlos públicamente y fomentar el debate al respecto forma parte de los usos de las sociedades democráticas. Valdría la pena saber si los socialistas, socios de Colau en el Ayuntamiento, están más cerca de las propuestas del arquitecto o de las actuaciones del equipo de gobierno. Ciertamente, se puede estar a favor de Acebillo y transigir en otro tipo de medidas como mal menor. No conseguir el 100% de los votos comporta, precisamente, tener que ceder parcialmente en las propias pretensiones y que los demás, que tampoco tienen el 100%, cedan también. Vale para el PSC y para los comunes. Y también vale para quienes no tienen todos los votos de los catalanes pero hablan y actúan como si los tuvieran. Léase los independentistas.

Mientras tanto, algo habrá que hacer en Barcelona, ya que 600 muertos anuales como consecuencia de las emisiones contaminantes son un montón de muertos. Porque, a corto plazo, lo que está sucediendo es que, pese a las intervenciones municipales reduciendo el espacio destinado al tráfico rodado, éste crece. Crece el vehículo privado por miedo a los contagios en el transporte público; crece el transporte de mercancías por el incremento de las compras online; crece la circulación de furgonetas debido que el precio de los locales ha hecho casi desaparecer las reboticas que se utilizaban como almacén. Y no se observa que las medidas del Ayuntamiento tiendan a resolver el problema. Al contrario, la falta de espacios de carga y descarga hacen que aumente la indisciplina viaria y las dificultades para circular.

Claro que siempre se puede proponer la solución de Ignacio Camuñas (el más frívolo de los ministros de la UCD): como la culpa es de Colau, lo sea o no, que la Guardia Urbana dé un golpe de Estado y asuma el gobierno de la ciudad. Con el beneplácito de Pablo Casado.