La inquebrantable Barcelona, sí, pero también muy distinta. Mucha gente se pregunta qué le pasa a Barcelona; que si le falta alegría, que ya no es la ciudad que era, que ha perdido fuerza... Pero en realidad es muchísimo más sencillo, Barcelona no tiene proyecto ni modelo de ser. No hay más. De hecho, aún hay quien cree que aquella Barcelona va a volver. Y eso, les aseguro, no va a pasar.

A los barceloneses parece encantarnos la nostalgia hasta que aparece la realidad y, claro, la hostia es soberbia. Ejemplarizante resultan las fiestas de Gràcia, devoradas por la coyuntura y la especulación turística, sometidas a un espectáculo temático absolutamente ajeno a aquello que inspiró su creación. Los vecinos y sus gentes ya ni se reconocen, domados por una inercia consumista y masiva acorde con la globalización municipal.

Barcelona cambió y lo ha hecho para siempre. Y es que la Ciudad Condal no aguantó tanta dosis ideológica. Ha sido el campo de batalla de operaciones partidistas que no tan solo no nos han conducido a nada, sino que más bien hemos alcanzado cotas de ruina y miseria nunca vistas en democracia. Como dice el refrán, "Entre todos la mataron y ella sola se murió".

Obviamente, tampoco ayudó el populismo liderado por una activista sin mayor recorrido que ser la portavoz de una plataforma antidesahucios. Fue pura imposición ideológica que nada tenía que ver con los barceloneses y su forma de vivir. Un populismo anexado a una crónica de una muerte anunciada, cuyos datos nos señalan que Ada Colau será recordada como la peor alcaldesa, por conducir a Barcelona hacia el mayor desastre social que se recuerda. Mucha ingenuidad, sí, mucha demagogia, también. Toda una industria ideológica al servicio de una causa que solo se beneficiaba a sí misma, mientras la ciudad hacía aguas por todas partes.

Y no, no toda la responsabilidad es de los políticos, también la hay de los barceloneses. Especialmente de aquellos que se llenaban la boca de lo mucho que la querían cuando, en realidad, lo único que hacían era instrumentalizarla en su propio beneficio.

Si algo tengo claro es que la Barcelona que conocí ya no volverá, que nuestra estructura social y económica nada tienen que ver con el pasado. Hemos cambiado las políticas de esfuerzo y meritocracia por burocracia y especulación. Barcelona ya no tiene la capacidad de alentar los sueños personales y profesionales de nadie. Estos sueños deben consolidarse en otros espacios donde sí se abraza esa cultura de lo que sí se quiere ser.

Harto de escuchar la misma cantinela con nuestros jóvenes, que huyen de nuestra ciudad al sueño de una vida mejor. Que el 80% de nuestros hogares no tenga un solo menor hace prever una ciudad al servicio del tercer sector, por no decir que un 30% está en el umbral de la pobreza. Resulta hiriente escuchar a políticos hablar del plan de recuperación empresarial. Aquellos que promovieron la huida del activismo empresarial son los que ahora anhelan su vuelta porque saben que sin una economía potente no hay justicia social que valga. Hay que tener un pensamiento muy ingenuo para creer que las empresas volverán. No tan sólo no lo harán, sino que las pocas que queden acabarán por deslocalizarse.

Cuando el turismo masivo y low cost pasa a ser tu único estandarte es que verdaderamente se hicieron muy mal las cosas. Soy de los que piensa que con este hachazo fiscal y la falta de cultura empresarial, en 10 años no quedará un emprendedor en estas tierras. ¡Al tiempo!

Eso sí, a los únicos que escucho hablar maravillas de Barcelona son a estos extranjeros de "a 25 mil al mes", que lo único que conocen es el marítimo y cuatro enclaves de alto nivel. Es evidente que no tienen ni idea de la desigualdad social y la pobreza que asola nuestra ciudad. Solo con ver los precios de alquileres o nuestros niveles de inseguridad, podremos darnos cuenta de la magnitud del problema con el único fin de poder dar una solución.

Sin duda habrá que mirar al futuro con optimismo, pero también con realismo, y todo empieza por saber qué queremos ser y con qué modelo vamos a funcionar. Que nadie os confunda, nuestro principal problema se llama vivienda y la completa desconexión con el activismo empresarial. Resulta imperativo promover la ampliación del aeropuerto, el corredor del mediterráneo y la abolición del 30% de viviendas protegidas en las nuevas promociones.

Y ahí seguimos nosotros, pelando la pava, hablando de comités de expertos y mesas de negociación. Más coraje y ambición, pero sobre todo, impulsar un gran proyecto de ciudad que devuelva la ilusión a los que viven y trabajan aquí. Barcelona siempre estuvo a la vanguardia de grandes proyectos sociales y económicos y en esas debe avanzar. Una nueva Barcelona con mucha menos política y muchísimas más dosis de pragmatismo funcional. Sin duda, será otra Barcelona.