Este año el Festival Grec de Barcelona cierra su edición con una cuadratura del círculo nada sencilla: satisfacer a la ciudadanía con propuestas populares y, a su vez, con puestas en escena de las de triple salto mortal.

Su director, Cesc Casadesús, está feliz. Se le notaba estos días, cuando te lo encontrabas con las manos en la masa, dando siempre unas últimas instrucciones para que todo fluyera a pedir de boca. El público ha respondido, tanto a nivel cuantitativo como cualitativo, con un 73% de ocupación. ¡Se dice rápido! Convercer a 130.000 personas para que salgan de sus casas (y dejen de ver Netflix u otras plataformas de entretenimiento digital) o regresen antes de la playa a la ciudad, no es tarea fácil. Seleccionar 88 espectáculos de palos súper diferenciados, debe ser una labor ardua y muy comprometida, de gran responsabilidad.

Este año todo arrancó el 29 de junio, con la propuesta inaugural The pulse, una genial fantasía protagonizada por una troupe acrobática, los Gravity & Other Myths, en ensamblaje mágico con el coro femenino del Orfeó Català. Pero, por lo visto, la lluvia también quería protagonizar la noche, y su presencia acabó siendo demasiado omnipresente.

En la clausura del festival, un montaje un tanto kitsh, divertido e histriónico, For Evita. Una astracanada musical. Estuve ahí sentado y divertido (fila 10) y la lluvia se soltó a partir de los últimos aplausos antes del último arrivederci all’anno prossimo.

No me perdí casi ninguna puesta en escena en el espacio para mi más veraniego y bello de la ciudad, el Teatre Grec. Verano es aire libre, música, teatro, aromas de jazmín, cielo estrellado y emociones compartidas. Cada año acudo con la misma fascinación al embrujo de este enclave atemporal de Montjuïc. Y es que resulta que muchos ciudadanos comparten mi devoción por este foro de reminiscencias griegas, ya que todo lo que allí se programó obtuvo un 95% de ocupación.

Observé complacido que había un público realmente muy diversificado, a nivel generacional. Es una gran noticia que los más jóvenes se hagan suyas ofertas culturales. El Grec jamás puede correr el riesgo de convertirse en nostalgia de tiempos pasados, en alimento para los más veteranos.

Realmente, analizando todo lo que nos ha ofrecido este estío este festival barcelonés, podemos apreciar que la hibridación creativa ha sido una constante, con puestas en escena que no sabías si eran más teatro, danza, circo, música o experiencia performática…

No hay quién pueda dar más en un lapso de tiempo que fue del 29 de junio al 30 de julio. Esta ha sido la 47 edición del festival de las artes vivas y escénicas de la ciudad. Cabe poner en valor que ha habido una destacada presencia de mujeres, así como una apuesta decidida tanto por el talento local como por lo global.

El despliegue artistico, a través de distintos epicentros culturales de la ciudad, sigue siendo uno de los factores diferenciales de este festival. Desde el Teatre Grec al Teatre Lliure de Montjuïc. Del Paral·lel 62 (antigua Sala Barts) al Hospital de Sant Pau. Del Teatre Romea a la sala La Villarroel.

Mis experiencias top han sido el siempre emocionante Rufus Wainwright (en el Teatre Grec). Qué voz, qué presencia escénica. ¡Qué libertad artística!

La plaça del Diamant de Mercè Rodoreda, revisitada por Carlota Subirós (multiplicidad de “Colometes”, cada voz y cada pensamiento del mismo personaje encarnado por una actriz distinta). Y una nota onírica y arriegadísima (nunca mejor dicho). Un equilibrista funambulista (Rachid Ouramdane) paseándose, a no sé cuantos diabólicos metros del suelo, sobre su cuerda tensada, sobrevolando los cielos de Plaça Catalunya (Les traceurs).

Yo estaba por ahí abajo, contemplando aquella mezca de sufrimiento y goce. El Grec también es y debe seguir siendo esto. Asaltar la ciudad… Y si hace falta hasta ¡los cielos!