Vista de la fachada del MACBA, que recoge la colección de Rafael Tous / HUGO FERNÁNDEZ

Vista de la fachada del MACBA, que recoge la colección de Rafael Tous / HUGO FERNÁNDEZ

Vivir en Barcelona

El coleccionista

El MACBA recoge el legado de Rafael Tous, un rico que invirtió mucho dinero en arte contemporáneo

17 abril, 2021 00:00

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En la Barcelona de los lazis y los comunes, a veces pasan cosas que le ayudan a uno a recuperar un poco su maltrecha confianza en la ciudad que lo vio nacer, crecer y pudrirse lentamente. La ampliación del MACBA es una de ellas, después de tantos meses de polémica demagógica en torno a la Capella dels Àngels —lugar previsto para agregar espacio al museo— sobre si el barrio merecía un CAP (como así ha sido, finalmente) o si el arte contemporáneo tenía derecho a expandirse. El legado de Rafael Tous (Barcelona, 1940) a la institución es otra, y va íntimamente ligada a la anterior, pues en algún sitio habrá que colocar las más de mil obras de arte que el coleccionista más compulsivo que conozco ha tenido a bien obsequiar a su ciudad. Se supone que, a finales de año, el MACBA organizará una magna exposición con el material del señor Tous, que se basta y se sobra, entre otras cosas, para contar la historia del conceptual catalán, que nuestro hombre se dedicó a acumular años ha, antes incluso de fundar la galería Metrònom en el Born, ya chapada, pero con un recorrido muy interesante desde su creación en 1980.

Conocí al señor Tous en los años 90, no recuerdo muy bien cómo ni a raíz de qué, aunque probablemente fue por algo relacionado con Metrònom. Me habían hablado de él amigos artistas -como Carlos Pazos o Francesc Torres- a los que el millonario acaparador de arte les había comprado piezas en algún momento de su trayectoria. Me cayó bien y hasta me enterneció que un rico se gastara el dinero en arte contemporáneo en vez de hacerlo en cosas de ricos, como yates, mansiones y esas cosas (igual también lo hacía, pero no abordamos el tema). Me quedó claro su amor al arte, pero él se encargó de hacerme ver que por encima de ese amor al arte había un amor al coleccionismo, al hecho de acumular cosas, a una especie de versión con fundamento del síndrome de Diógenes que había empezado en la infancia, cuando ya invertía sus ahorrillos o su paga semanal en objetos varios que todavía conservaba.

Rafael Tous y el director del MACBA, Ferran Barenblit / EP

Rafael Tous y el director del MACBA, Ferran Barenblit / EP


Acabado el encuentro, me quedé con la impresión, propiciada por él mismo, de que coleccionar era su pasión principal, y que luego ya venía lo que le daba por coleccionar. Afortunadamente para sus conciudadanos, le dio por el arte contemporáneo en general y por el conceptual catalán en particular. Y aún le quedó tiempo (y dinero) para adquirir fotografías (más de 2000) y originales de cómics (lo cual había sacado de apuros, por cierto, a algunos amigos míos, cuyo precario oficio les condenaba permanentemente a andar por la vida ligeramente tiesos).

A su edad provecta, Rafael Tous ha protagonizado un acto de generosidad que me parece admirable. No ha intentado sacar dinero de su colección con una venta que el MACBA debería haber tenido en cuenta, ya que con su colección va a llenar algunas lagunas de sus fondos. Le ha regalado a su ciudad el resultado de décadas de coleccionismo inteligente sin tratar de sacar un beneficio económico, cosa que en un empresario como él resulta doblemente encomiable, pues ese gremio, como todos sabemos, suele tirarse haciendo negocios hasta que a sus representantes se los lleva la parca (pienso en el difunto Sheldon Adelson, magnate de Las Vegas que, con un pie en la tumba y en silla de ruedas, aún se acercó por España para ver si podía montar un nuevo casino). Diseñar una exposición con una eficaz selección del material Tous es la mejor manera de darle las gracias públicamente a nuestro hombre. Y, ya puestos, una placa en su honor en algún rincón del MACBA tampoco estaría nada mal, pues lo suyo representa justo lo contrario de aquel millonetis (creo que japonés) que pidió ser enterrado junto a un Van Gogh de su propiedad, cosa que, astutamente, impidieron sus herederos con la razonable excusa de que el dinero de la venta del cuadro les vendría de perlas y, total, el difunto ya no estaba en posición de protestar).