La casa naranja de la Rambla del Poblenou / INMA SANTOS

La casa naranja de la Rambla del Poblenou / INMA SANTOS

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La casa naranja de la rambla del Poblenou

No es más que una humilde edificación rodeada de símbolos de la especulación inmobiliaria que se ha salvado de la demolición para convertirse en un equipamiento, aún por decidir

15 octubre, 2022 00:00

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Al principio de la rambla del Poblenou, pegada a los bloques Túpolev, hay una casita color arena de 1890 que ha conseguido sobrevivir a los planes de urbanización de la zona. Es la casita naranja –por su color-- o la casita de Assumpta, porque así se llamaba la que fuera su última propietaria. 

No es una construcción noble ni de gran valor arquitectónico, sino una edificación humilde rodeada de símbolos de la especulación inmobiliaria que desentona con el urbanismo actual.

Es un símbolo de resistencia para el Poblenou. Historia del barrio y también de la que fuera su propietaria, Assumpta García Carceller: allí creció y a ella se aferró hasta su muerte, en abril de 2020. Sus abuelos y su madre llegaron a la casa, en 1936, huyendo de los bombardeos en Teruel, y se encontraron aquí con más de lo mismo. Entonces no era más que una casa de una sola planta, en medio de un campo abandonado. Su madre servía como pinche de cocina de una casa de comidas de la calle de Taulat y esperaba la vuelta de su marido, que se fue al frente con la quinta del biberón. Pensando en su regreso, la familia levantó un piso más en la casa. Pero, tras meses sin noticias de él, volvió al final de la guerra con varias sorpresas bajo el brazo: se había pasado al bando Nacional y tenía una amante. La madre de Assumpta lo echó y se quedó con sus dos hijas en la casa.

En una entrevista a El Periódico de Catalunya, Assumpta contaba que empezó a trabajar con 11 años y se casó a los 18, por deseo de su madre, con un empleado de Renfe de Lleida al que no soportaba. La casa fue testigo de su matrimonio, del nacimiento de sus tres hijos y de la muerte de su marido (2009).

Contra todo pronóstico, la casita resistió el paso del tiempo, los zarpazos de la vida de Assumpta y también los de las excavadoras de un barrio en reconstrucción. Hasta que la muerte de su propietaria, en abril del 2020, hizo peligrar su futuro: un antiguo contrato con el consistorio franquista concluía que, fallecida la dueña, el edificio pasaba a manos municipales. Y su final parecía claro, pues la casa ocupa una parcela destinada a zona verde.

Pero la reivindicación vecinal logró parar lo inevitable: el consistorio optó por mantenerla en pie y dedicarla a equipamiento municipal, aunque aún está por ver a qué se destinará.

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