Mural en la fachada de un edificio de la calle de Pere IV de Barcelona / A.F.

Mural en la fachada de un edificio de la calle de Pere IV de Barcelona / A.F.

Vivir en Barcelona

La Barcelona bonita que (casi) pasa desapercibida

Los artistas callejeros aprovechan muros condenados a desaparecer para exponer su arte

17 abril, 2021 00:00

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No hace falta ser Jean-Michel Basquiat o Bansky para triunfar en las calles. Nadie duda del talento de ambos artistas y de su impacto social a la hora de transmitir mensajes. Pero hay una legión de artistas callejeros cuya huella es menor y que ayudan a dar personalidad a las calles de Barcelona, creando universos paralelos, ya sean visuales o sensoriales, que en la mayoría de los casos pasan desapercibidos para la ciudadanía.

Pero están ahí, en las paredes y muros de la ciudad, ofertando un trozo de su universo particular a los curiosos. Es preciso distinguir los murales publicitarios y los murales sociales. Los primeros, patrocinados en ocasiones por firmas comerciales o incluso con el apoyo de alguna administración, tienen un cometido puramente propagandístico. Los segundos están desprovistos de cualquier emoción económica. Se ofrecen para el consumo intelectual de la ciudadanía y son una válvula de escape de grupos o de artistas que prefieren utilizar esprays o botes de pintura antes que apuntarse a un botellón.

Mural en la Nau Bostik de Barcelona / A.F. 

Mural en la Nau Bostik de Barcelona / A.F. 


UN ESPACIO SIMBÓLICO

Especial es el mural del Espacio del Inmigrante, en la calle Agustí Duran i Sanpere, una manera simbólica de visualizar la diversidad de la inmigración y, sobre todo, de reivindicar la necesidad y la labor social de un espacio que cumple una innegable función social. Allí se encuentran plataformas como el propio Espacio del Inmigrante, el Sindicato de Manteros, La Caracola o Ravart. Por su belleza, colorido, composición y profundidad, éste es uno de los murales más simbólicos de la ciudad.

Pero no hace falta ser especialista, crítico de arte o asesor de político para decidir lo que es bello y lo que no. Siempre ha habido artistas callejeros que trabajan por placer. Y un puñado de ellos jalonan las calles de Barcelona con pinturas y mensajes. Hay grafitis más bonitos y menos. Los hay con dibujos o con letras. Con temáticas de lo más diversas: transmiten desde mensajes políticos hasta protestas e incluso felicitaciones personales a alguien.

Mural del Espacio del Inmigrante de Barcelona / A.F.

Mural del Espacio del Inmigrante de Barcelona / A.F.


ACTIVIDAD FAMILIAR

¿Quién los hace? Un sinfín de ciudadanos, la gran mayoría jóvenes, que encuentran en esta actividad una válvula de escape y una manera de dar rienda suelta no sólo a su arte, sino a su ansiedad y a sus inquietudes. Rubén, que pide no salir en la fotografía es uno de los artistas que ayuda a dar colorido a los grises muros de Barcelona. Los fines de semana, suele ir a alguno de los rincones donde los viejos muros casi se caen a pedazos y les insufla vida colorista. Le acompañan su compañera Leticia y su hija de apenas 10 años.

“Empecé a dibujar de niño, me gustó y no he parado. Siempre me ha gustado mucho –dice a Metrópoli Abierta Rubén–. Con la pintura, no transmites ideas, sino emociones. Lo haces para desahogarte, por gusto. Y hay días que dibujas porque estás contento y días que dibujas porque estás triste. Pero siempre lo haces”. A su lado, suena la música de un aparato que acompaña a la familia en su actividad de fin de semana.

David, uno de los grafiteros entrevistados, preparando un muro de Barcelona / A.F.

David, uno de los grafiteros entrevistados, preparando un muro de Barcelona / A.F.


SIN MALOS ROLLOS

David prepara también sus bártulos en uno de los muros que rodean una manzana en obras. Dentro se levantan edificios y afuera se levantan las pinturas. “Esto es un hobby, una distracción. A mí me encanta”, explica David. Cada artista tiene su espacio. En ocasiones, se tapa un grafiti y se dibuja otro, pero no hay malos rollos entre los colegas. Es una relajación y a mí me permite expresar mis inquietudes o mis sensaciones. Es mi vida”, relata David.

Este joven utiliza esprays y pintura. “Consigo botes con pintura en las deixalleries, donde llegan a veces medio llenos. Y antes de tirarlos, los podemos aprovechar, porque éste es un hobby caro y hemos de economizar. Todos sabemos dónde ir a buscar para ahorrar costes”, explica.

Mural en la calle de Venezuela de Barcelona / A.F.

Mural en la calle de Venezuela de Barcelona / A.F.


RECHAZO AL VANDALISMO

¿Debería la Administración local implicarse en el tema y potenciar el embellecimiento de la ciudad potenciando las obras de arte en las calles? No es mala idea. “Sería interesante que se pudieran llevar a cabo iniciativas con el apoyo de la Administración, especialmente para los jóvenes. No hay que olvidar que el arte de las pinturas y murales nos sirven para dibujar y relajarnos”, aduce Rubén. También David no lo vería con malos ojos, pero se muestra escéptico. Los políticos son algo que le queda muy lejos a los artistas de la calle. En la Administración ignoran el trabajo que hacen muchos de estos grupos o artistas individuales

“Aquí todos nos conocemos. Hay gente del barrio, algunos ya con una cierta edad. Vienen a pintar porque es su ilusión. Y a muchos de nosotros nos apetece más venir a plasmar nuestros sentimientos en una pared que irnos a una terraza a tomar algo. Nuestro arte es efímero. Este muro que ahora estoy pintando desaparecerá dentro de un año a lo sumo. Y ya nadie se acordará. Lo que queremos es que nos dejen expresarnos, aunque sin vandalizar. No queremos ensuciar”.

Una chica pintando un grafiti textual en la calle de Venezuela / A.F.

Una chica pintando un grafiti textual en la calle de Venezuela / A.F.


Recuerda Rubén, por su parte, que “una cosa es vandalismo y otra es hacer grafitis. Esto es ocio. Es algo que puedes hacer con niños, divertido y con lo que lo pasas bien”, relata mientras su hija da algún trazo en la pared de ladrillo, en la calle Venezuela. Separan, así, la intención última de lo que un artista callejero transmite y lo que algunos vándalos hacen, ensuciando fachadas, escaparates o mobiliario urbano.

David explica que nunca han tenido problemas con nadie. “Al revés. Mucha gente se para y habla con nosotros. Se interesa por lo que hacemos y por qué lo hacemos. Con la policía, tampoco, excepto en alguna ocasión en que ha habido algún problemilla (hace un gesto entrecomillando la expresión), pero por cosas menores. En realidad, depende del policía que te encuentras. En Sant Adrià, una vez, me llamó la atención una patrulla, pero sólo me dijeron que cogiera los bártulos y me fuera. Lo cierto es que nosotros sólo pintamos en sitios que podemos, nunca en persianas o edificios donde viven vecinos o que sean nuevos. Otra cosa son estos viejos muros que están condenados a desaparecer a corto plazo”.

Grafiti en un mural de la calle de la Selva de Mar / A.F.

Grafiti en un mural de la calle de la Selva de Mar / A.F.


MEJOR QUE UNAS CERVEZAS

“Yo estoy de acuerdo con que un mural en una casa o en un edificio puede chocar o no estar bien, pero en un sitio apartado no tiene por qué haber problemas… Pero siempre y cuando sea algo pactado, eso es bueno”, razona Rubén. Reconoce también que “en su día, esta era una ocupación más de gente joven. Pero en realidad, los que empezaron en los 80 del siglo pasado siguen enganchados al dibujo”.

¿Es adictivo el grafiti? Depende. “Si lo pensamos bien, hay una parte que es adictiva. Pero al final, es un instinto muy básico. A todos los niños les gusta dibujar y luego hay gente que al hacerse mayor cree que debe dejar de hacerlo y hay gente que, por el contrario, lo sigue practicando. Pero que nadie dude de que esto, por ejemplo, es mucho más sano que estar por ahí tomando cervezas”.

Colorido mural en la calle de Bilbao de Barcelona / A.F.

Colorido mural en la calle de Bilbao de Barcelona / A.F.


ESPECIALIZACIONES

También están las especializaciones. Hay grafiteros a los que les gustan las formas con letras. Los hay que dominan el dibujo lineal, el cómic, o incluso la pintura hiperrealista en su mayor expresión. Sus espacios de arte no desmerecen de cualquier obra de museo. Pero esa especialización a veces va por épocas: el que ahora se decanta por un estilo puede variar mañana a otro. “No nos olvidemos que esto es ocio y que, al final, hacemos lo que nos apetece”, advierte Rubén.

El consumidor final de esa actividad no deja de ser el ciudadano. Y ante un muro de viejo ladrillo a punto de derrumbarse o una pequeña obra de arte ofrecida altruistamente por un artista anónimo, la preferencia es obvia. Porque, además, muchos grafitis son alimento para el alma.

Grafiti hiperrealista ilustrado en un mural de la calle del Clot de Barcelona / A.F.

Grafiti hiperrealista ilustrado en un mural de la calle del Clot de Barcelona / A.F.