Retrato de Diego Alejandro de Gálvez

Retrato de Diego Alejandro de Gálvez

Vivir en Barcelona

Alejandro de Gálvez y Barcelona, "una de las mejores ciudades de Europa"

El historiador andaluz visitó la Barcelona de mediados del XVIII y no dejó de elogiar desde su "empedrado", hasta sus iglesias y la mezcla de gentes

12 junio, 2022 00:00

Noticias relacionadas

Poco se sabe de la biografía del clérigo y erudito historiador Diego Alejandro de Gálvez, autor del Itinerario geográfico, histórico, crítico y litúrgico de la España, Francia, País Bajo y gran parte de Alemania. Nació en la población cordobesa de Priego en 1718. A mediados del siglo XVIII ya formaba parte del cabildo catedralicio hispalense como canónigo, llegando a ocupar los cargos de maestro de ceremonias y maestro de canto llano, así como el de Bibliotecario Mayor de la Biblioteca Colombina de Sevilla. Fue miembro fundador de la Academia Sevillana de Buenas Letras, entidad que presidió un año antes de fallecer en esta ciudad el 1803.

El libro de Diego Alejandro de Gálvez, 'Un sevillano por Europa'

El libro de Diego Alejandro de Gálvez, 'Un sevillano por Europa'

En 1755 realizó un viaje por diversos países de Europa en busca de datos sobre la pureza de sangre de un sacerdote, cuyos abuelos y bisabuelos eran de Galicia y de Flandes, que pretendía una canonjía magistral en la catedral hispalense. El 3 de mayo de dicho año emprendió el itinerario desde Sevilla. A lomos de mulas y en calesa recorrió buena parte de la península Ibérica hasta llegar a Galicia por la ruta de la Plata. Posteriormente, prosiguió su periplo peninsular pasando por Castilla la Vieja y Navarra, desde donde se adentró en Francia hasta llegar a la actual Bélgica, donde acabó el informe solicitado. Ya de regreso, Gálvez junto a la comitiva que le acompañaba atravesó parte de Alemania y la zona oriental de Francia, entrando en España por Cataluña el 20 de octubre de 1755. Después de estar apenas cuatro días en Barcelona, el día 27 de dicho mes reanudó su viaje recorriendo las tierras de Aragón, Castilla la Nueva y Andalucía, a cuya capital llegó el 4 de diciembre de 1755.

En su relato el clérigo cordobés comenta pormenorizadamente todo lo que de interés fue encontrando en su viaje, desde observaciones litúrgicas hasta el estado social de las tierras por las que pasó, las costumbres, el urbanismo, la arquitectura, sobre todo la religiosa, y el arte. Su escasa formación artística se ve compensada por su agudo sentido de la observación y erudición antropológica, todo ello en un estilo sencillo y llano, acusando el tránsito del barroco al neoclasicismo.

AIRE ALEGRE Y BENIGNO

A Barcelona llegó el día 23 de octubre procedente de una posada situada en las afueras de Sant Celoni. Al llegar a Sant Andreu del Palomar, a una legua de la ciudad condal, tomó un camino que antes era impracticable en tiempos de lluvias por los muchos barros que se formaban, pero que el Capitán General de Cataluña, el marqués de la Mina, había mejorado mandando construir una gran calzada con una hermosa alameda, que no sólo facilitaba la entrada, sino que la hacía un verdadero vergel.

Al llegar a la puerta de Francia, Gálvez y sus acompañantes fueron registrados por los “ministros de rentas” (aduaneros). Seguidamente se dirigieron a la posada de la Fonda, la mejor y con precios más moderados de Barcelona (10 reales al día por cabeza). Reconoce que había otros alojamientos mejores, como el de la Fontaine d’Or, pero mucho más caros y sin posibilidad de alojarse ni ellos ni los carruajes.

La situación de la capital del principado de Cataluña a orillas del mar Mediterráneo y al extremo de una dilatada llanura, la más fértil que se podía concebir, le dan un aire alegre y benigno, todo ello destacado por nuestro canónigo cordobés. Estaba dividida en dos poblaciones, la vieja, cercada de murallas, y la nueva, fuera de éstas y que encerraba en sí a la vieja.

LA CASA DE LA DIPUTACIÓN

Barcelona estaba rodeada por fortísimos muros, defendidos por profundos fosos, bastiones y reductos, a los que había que añadir una buena artillería y una numerosa guarnición, bien pertrechada y armada, lo que hacían de la ciudad condal la plaza de armas más importante del país. Además, había que añadir las dos ciudadelas y los dos fuertes, que cubrían la ciudad y la hacían inexpugnable. Aparte de describir diversos aspectos (situación, defensas) del castillo de Montjuïc y de la Ciudadela, comenta el origen de ésta última, mandada construir por Felipe V, más que para defender la plaza para poner freno a sus vecinos, descontentos aún con el cambio de dinastía. Ocupada por quince batallones, era una de las fortalezas más respetables del orbe.

Las calles de Barcelona le parecieron muy largas, aunque no anchas, y con el mejor empedrado de toda España. Por lo que respecta a las casas, Gálvez afirma que eran muy buenas y aseadas. En la ciudad abundaban magníficos edificios religiosos y civiles, destacando entre ellos la casa de la Diputación, el actual Palau de la Generalitat, donde se podían contemplar los retratos de todos los condes de Barcelona. Por lo que respecta a las plazas, afirma que había varias, destacando la de San Miguel, situada detrás del Ayuntamiento.

Según el clérigo cordobés, la ciudad era alegrísima y estaba muy poblada, tanto por gentes del país como por extranjeros, y contaba con una multitud de oficiales, generales y otros militares. La buena impresión que le causó Barcelona hace que llegara a calificarla como la ciudad más culta y mejor abastecida de toda Europa. Las fábricas de sedas, linos, estambres y algodones y las manufacturas de bordados la hacían comparable a las mejores del resto del continente, pero en lo que las superaba era en la fabricación de armas.

EL BARRIO DE LA BARCELONETA

Al ser una ciudad con gran presencia de oficiales de mar y tierra, cerca de la muralla había unos largos portales, conocidos como los “encantes”, en los que se situaban un gran número de tiendas o boticas, como eran conocidas por los barceloneses, llenas de ropas y vestidos de todos precios, y en donde podían encontrar un amplio surtido los potenciales clientes, básicamente militares de todas las graduaciones, y a cualquier hora. Aquí vuelve a ensalzar el espíritu aplicado, trabajador e ingenioso de los barceloneses.

Una de las calles del barrio de La Barceloneta / Barcelona Turisme

Una de las calles del barrio de La Barceloneta / Barcelona Turisme

Los días 24 a 26 de octubre los dedicará Gálvez a recorrer Barcelona. Paseó por el barrio que se estaba construyendo en el arrabal, la Barceloneta, obra de nueva planta y rigurosa simetría, proyectada por el marqués de la Mina. Gálvez se convierte en el primer viajero, del que tenemos constancia, que refiere en su relato la existencia de este nuevo barrio, situado en el sitio más lindo de Barcelona y que anteriormente abrigaba casas “asquerosas”, donde habitaban gentes de mal vivir y pescadores. El canónigo hispalense describe pormenorizadamente las obras que se estaban llevando a cabo, no sin las quejas de parte del vecindario, que parecía encontrarse a gusto en su “miseria”. De los quince linderos de casas proyectados, cuando Gálvez visitó el nuevo barrio pudo ver concluidos nueve.

El mismo día tuvo tiempo de visitar el arsenal, el mejor proveído de Europa, y la fundición de artillería, todo ello situado en las atarazanas. Aquí también se encontraba la Escuela de Matemáticas, con una linda sala, surtida de cuantos instrumentos y máquinas eran necesarios para el manejo de aquella bella facultad. También había dos diques donde se construían galeras y bajeles. La fundición de Barcelona era más pequeña que la de Sevilla, una de las más avanzadas del continente, aunque no duda en afirmar que en la de la ciudad condal también se trabajaba muy bien.

LA PARROQUIA DE SANTA ANA

Una recepción oficial en el palacio de Capitanía, junto a los oficiales de la guarnición, por parte del Capitán General, le sirvió a Gálvez para entrar en contacto con los mandos militares de la plaza. Pudo departir con ellos durante la comida a la que fue invitado, así como en la cena, donde además asistieron las mujeres de los oficiales generales, departiendo con todos ellos y viendo cómo se divertían con diferentes juegos de naipes (la banca, la malilla, el revesino, etc.). Entre medias, por la tarde, asistió a una función de ópera en un teatro, muy probablemente el Teatro Principal o de la Santa Creu, mucho mejor y más bien decorado que el de París (se refiere al de la Ópera de la capital francesa, que visitó el 31 de julio), aunque no en cuanto a las actuaciones de los músicos y artistas, nada comparables a las de los parisinos.

El 25 de octubre lo dedicaron Gálvez y sus acompañantes a visitar los principales edificios religiosos de Barcelona. La catedral fue el primero. De ella enfatizará su hermosura y gusto delicado, sus dos torres y tres espaciosas naves, así como la cripta donde se encuentra el cuerpo de la mártir local, Santa Eulalia, el claustro y la capilla de San Olegario. De las nueve parroquias existentes en Barcelona en aquella época, Gálvez destacará la de Santa Ana, que era colegiata; la de Santa María del Mar, grande y hermoso templo, con buena capilla de música, y la de Santa María del Pino, igualmente bella. En cuanto a los conventos de religiosos, afirma que existían treinta, entre los que menciona el de Santa “Catarina”, dominico; el de la Compañía de Jesús, y el de los capuchinos, realizado a expensas del rey Felipe V. La casa grande de la orden de la Merced, con su bella y bien adornada iglesia, merece una mayor atención en el relato, especialmente porque en él se veneraba a la Virgen con esta advocación, muy querida y visitada por el pueblo barcelonés. Los conventos de religiosas eran diecisiete, existiendo también dos beaterios, seis hospitales y tres colegios, uno de ellos el Seminario eclesiástico, renacido de sus cenizas por el obispo Felipe Aguado en 1735. De la antigua Universidad de Barcelona afirma que fue transferida a Cervera por Felipe V el año 1717.

LOS PROBLEMAS DEL PUERTO

Un día antes de marcharse de Barcelona el puerto mereció una nueva visita de Gálvez. Su belleza y las obras que en él se estaban llevando a cabo para ampliarlo, avanzando su muelle y torre considerablemente al mar, son aspectos que destaca en el diario de viaje. A partir de informaciones ofrecidas por marineros, el canónigo cordobés contextualiza dichos trabajos. El puerto se cegaba con facilidad por las arenas aportadas por el río Llobregat, al ser arrojadas contra las murallas y el puerto por la furia de los vientos meridionales. La solución era relativamente fácil, aunque costosa: sacar otro muelle por la zona de la torre de las Pulgas, hoy día desaparecida y que se encontraba en las proximidades al actual monumento a Colón. De este modo se conseguiría un puerto seguro y abrigado de todos los vientos, deteniendo al mismo tiempo que las corrientes del río Llobregat continuaran arrojando arenas e impidiendo así su cegamiento. A ello había que unir el uso de un par de pontones (barcos chatos) para limpiarlo y darle más fondo, de manera que pudiera albergar navíos de guerra considerables. El marqués de la Mina inició estas obras, consiguiendo dar más fondo a la rada y así permitir la entrada de una fragata de hasta cincuenta cañones. 

Imagen aérea del Puerto de Barcelona / PUERTO DE BARCELONA

Imagen aérea del Puerto de Barcelona / PUERTO DE BARCELONA

Las últimas visitas barcelonesas de Gálvez fueron a la casa del gobernador de la Ciudadela, donde pudo contemplar un magnífico reloj de sala hecho en Estrasburgo; la casa de Juan Salvador, boticario de la ciudad, poseedor de un gran gabinete de curiosidades, y el Ayuntamiento, del que destacará su composición, así como los privilegios que perdió a consecuencia del triunfo de Felipe V en la Guerra de Sucesión, como castigo por su levantamiento y adhesión al bando perdedor.

El 27 de octubre Gálvez y sus acompañantes salieron de la ciudad después de comer. Se dirigieron en berlina hacia Martorell y llegaron a Igualada, donde pasaron la noche. Todo ese camino corría casi paralelo a la muy alta y escarpada montaña de Montserrat, cuyo monasterio no visitó, a diferencia de la mayor parte de viajeros que recorrieron sus aledaños. Su periplo continuaría por las tierras del poniente catalán, Aragón, Castilla la Nueva y Andalucía, llegando a Sevilla la tarde del 4 de diciembre de 1755.

La llegada y visita del canónigo hispalense coincidió con el momento de expansión urbanística barcelonesa, debida al auge que como población costera propició la Marina de guerra durante el reinado de Fernando VI, en las décadas de 1740 y 1750. Sus comentarios, en muchas ocasiones pormenorizadas descripciones de lo que vio u observó, son un constante cúmulo de elogios hacia Barcelona, ciudad que le pareció de las mejores de la Europa Ilustrada de aquellos momentos.