Francesc Torralba, teólogo y filósofo

Francesc Torralba, teólogo y filósofo

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El arte del buen morir

El Programa de ”La Caixa”complementa la actuación de la Administración en el ámbito de los cuidados paliativos

19 diciembre, 2019 00:00

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Alma es otra forma de mirar la realidad social, desde el optimismo y la diversidad. Una ventana abierta a las iniciativas de ”la Caixa” y a los infinitos proyectos sociales que nos rodean. No podemos solucionar todos los problemas sociales del mundo, pero sí podemos no dejar de intentarlo.

Las personas tenemos derecho a morir dignamente, rodeadas de quienes elijamos, en el lugar que deseemos y con nuestras necesidades espirituales atendidas. Esta es la máxima del Programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de ”la Caixa”. Una iniciativa que, según el teólogo y filósofo Francesc Torralba, debería multiplicarse por cien. Hablamos con él para aproximarnos, sin temores, al arte del buen morir.

La muerte es un tabú, aunque es una de las pocas certezas que tenemos. ¿Qué ocurriría si fuéramos plenamente conscientes de nuestra finitud?

Pues que tendríamos una vida más auténtica. Acercarnos a la muerte no es algo que hagamos para amargarnos la vida, sino para ser más conscientes de la vida que tenemos y para aprovecharla con más intensidad. En cambio, la vida inauténtica consiste en pensar que uno está permanentemente en este mundo y que no le afecta la muerte, la fragilidad… Para mí, pensar la muerte es pensar la vida, son dos caras de la misma moneda.

¿Y a partir de cuándo empezamos a rechazar la muerte como sociedad?

En las sociedades occidentales, urbanas y contemporáneas la muerte es un tabú, excepto cuando te toca de cerca: entonces aparece como un huésped inquietante y no invitado. No ocurre lo mismo en el mundo rural, donde las campanas anuncian una muerte. Sin embargo, en las grandes metrópolis la ocultamos porque nuestro modo de pensar es muy utilitario e inmediatista. La muerte siempre la posponemos y eso es un error: sabemos que vamos a fallecer, pero la hora, dónde, de qué… todo eso es incierto. Y por lo tanto genera una situación muy angustiosa a la persona.

¿Qué nos da la religión en esos momentos finales?

Las tradiciones espirituales son grandes relatos de la vida del más allá: nos presentan el mapa de dónde estamos, dónde vamos y de dónde venimos. La religión da respuestas de carácter mitológico, da consolación, es un bálsamo… porque constatas que te vas, que se van las personas que amas, que, a pesar de la técnica, no puedes retenerlas. La religión te promete un horizonte luminoso: te dice que hay un estado de plenitud. Te promete una esperanza, pero requiere un acto de fe. Y la fe es un don.

¿Podrías decirnos alguna reflexión concreta de un texto religioso que a ti personalmente te parezca interesante?

Santa Teresa de Ávila tiene unas frases breves a las que llama dichos, y una de ellas dice: “Si pensaras que tu hora es la postrera, ¿cómo la trabajarías?”. Pensar que es la última hora de tu vida es un ejercicio para valorar si lo que vas a hacer es esencial. Para mí es un pensamiento que enseña mucho porque te pone bajo el horizonte del final y te ayuda a decidir si lo que estás haciendo tiene sentido.

¿Qué es lo que más buscamos en esos últimos momentos?

Buscamos que no haya dolor físico, el apoyo de las personas amadas, la reconciliación con Dios en el caso de que creamos en él… pero para mí la clave es la pacificación del yo. Vivir la muerte sabiendo que has hecho lo que tenías que hacer. Esto da mucha paz. Este proceso requiere de agentes distintos para cerrar las heridas pendientes.

¿Cree que el personal sanitario está suficientemente formado para atender de manera integral a la persona en su tránsito de la vida a la muerte?

Cada vez hay más sensibilidad y formación más integral. Se están introduciendo disciplinas humanísticas en las facultades de medicina, y eso configura un profesional distinto, ya no es solo un técnico del cuerpo. Entendemos que el paciente es una totalidad orgánica, que forma parte de un sistema familiar, cultural, social y espiritual; y que es multidimensional, que hay una dimensión corporal, psicológica, social y espiritual que hay que atender.

¿Qué te parece la existencia de programas, como el Programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de ”la Caixa”, que permiten atender la dimensión espiritual, emocional y social de las personas en este proceso, además de dar formación a los profesionales que las atienden?

Este programa es pionero, innovador y ejemplar. Debería multiplicarse por cien, no solo en nuestro entorno, sino en otros tantos donde no se produce esta atención integral a personas mayores o con enfermedades avanzadas. Si se da esta atención, hay una calidad y confort en el final de vida, y eso no se garantiza solo tratando una parte, sino tratando al todo, y al todo solo puedes tratarlo desde un enfoque interdisciplinario.

¿Cuál es el protocolo para atender espiritualmente a una persona? ¿Qué profesionales le atienden y cómo lo afrontan?

Tradicionalmente estaba el agente de pastoral, aunque cada vez hay más personas que están al margen de estas tradiciones pero que, igualmente, tienen necesidad de expresar gratitud o de solicitar perdón, de pacificar su corazón… este perfil, generalmente lo encontramos en el ámbito del agente espiritual laico en la forma de antropólogo, filósofo, psicólogo o trabajador social, que escucha a quien tiene delante para aliviar su sufrimiento espiritual.

¿Cree que todo el mundo debería reflexionar más (y poder decidir) cómo quiere morir?

Es imprescindible que toda persona, cuando tiene lucidez, pueda dejar escrito de qué manera quiere morir: dónde quiere morir, cuál ha de ser el límite del esfuerzo terapéutico y el ritual que desea. Un compañero de la universidad, con gran lucidez, me pidió que celebrara su funeral laico… pero es muy poco habitual. Esto descarga mucho a la familia.

Buscamos la vida eterna, pero ¿se entendería la vida sin la muerte?

No. La vida no se entiende sin la muerte. Imaginemos una vida que se prolongara indefinidamente… para algunos sería un calvario. Aunque hay que considerar que la eternidad no es la dilatación del tiempo, sino la ausencia de él: es un estado de presencia plena que, precisamente, prometen las tradiciones espirituales en el más allá.