El filósofo Manuel Cruz, durante la entrevista con 'Metrópoli' en la cafetería Joséphine de Barcelona / MA

El filósofo Manuel Cruz, durante la entrevista con 'Metrópoli' en la cafetería Joséphine de Barcelona / MA

¿Quién hace Barcelona?

Manuel Cruz: “Colau vive al día, no sabemos nada de su modelo para Barcelona”

El filósofo, autor de ‘El gran apagón’, considera que los comunes pecan de “adanistas” y que nadie en el Ayuntamiento se preocupa de la “falta de civismo” en la ciudad

4 diciembre, 2022 00:00

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Manuel Cruz (Barcelona, 1951) mantiene todo su vigor intelectual. El paso por las instituciones, como presidente del Senado, y ahora como senador del PSC-PSOE, ha corroborado algunas de sus apreciaciones sobre la política formal. Pero también le ha provocado sorpresas, como la de comprobar que las reflexiones de los partidos "nuevos", en su momento Ciudadanos y Podemos, eran "muy viejas", expresiones con "las mismas palabras" que se formulaban a finales de los años sesenta y setenta. Ahora acaba de publicar El gran apagón (Galaxia Gutenberg), en el que señala el peligro, que la racionalidad dé paso, de forma definitiva, a los populismos, al final del siglo de las luces. Que la capacidad de pensar y de autorreflexión se vaya apagando. En Barcelona sus aportaciones son especialmente interesantes. Cruz se muestra molesto con la falta de "civismo" en la ciudad, sin que el gobierno municipal sea capaz de revertir esa situación. Catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona (UB), Manuel Cruz tuvo como estudiante en la facultad a Ada Colau. Y lo que recuerda de ella no casa ahora con su apuesta institucional. Su crítica, sin embargo, se centra en el propio proyecto de los comunes, en cómo manejan la ciudad de Barcelona y los impactos que han generado: “Colau vive al día, no sabemos nada de su modelo para Barcelona”.

¿Qué sucede en Barcelona, con un malestar creciente en las calles, que se han puesto patas arriba?

Hay un problema con el transporte, con el modelo por el que funciona. Yo vivo en el Eixample, y lo que veo es una proliferación de medios de transporte que se suben a las aceras, a pesar de tener un carril al lado. ¡Y mejor que no les digas nada! No veo, sin embargo, ni una sola campaña institucional que pida a los ciclistas o a los que van en patinete que sean respetuosos con los peatones. No digo que se establezcan multas, o que se pongan guardias urbanos en todas las esquinas, pero se podría incidir en el lenguaje. Lo que tenemos son peticiones de más infraestructuras, de más carriles, al calor de los fondos Next Generation. Los ciudadanos parece que no están encima de esa cuestión, y me pregunto en qué momento hablaremos de educación cívica.

El civismo, ¿no interesa al Ayuntamiento de Barcelona? ¿Se ha desentendido de ello?

El civismo ha sido muchas veces criticado desde sectores de la izquierda. No se quiere entrar en determinados debates. Ahora veo que Jaume Collboni insiste en la seguridad, como categoría, y me parece bien. El tema es por qué se ha tardado tanto. Y creo que es por miedo, por referirse a una cuestión que se ha ignorado.

En su libro señala que la izquierda se ha retirado, que no confronta los debates que se deberían plantear.

Cuando alguien supuestamente progresista se refiere a la seguridad, al segundo siguiente señala que no se debe confundir con el autoritarismo. Me llama la atención, porque tiene que ver con los espacios públicos, que se deben preservar y garantizar. Me parece bien que la izquierda hable de los vulnerables, que los defienda. Pero la vulnerabilidad siempre está en relación a otro. El ciclista respecto al motorista o al automovilista. Pero el peatón es el más vulnerable de todos. Me han comentado que en los hospitales ingresan diariamente muchos ciudadanos con fracturas, víctimas de ciclistas o de conductores de patinetes. Recordemos el desgraciado caso de Muriel Casals. Son facturas de fémur o de cadera que dejan en una situación muy precaria a quien las sufre. Y no veo a la Guardia Urbana, que parece desaparecida. Tampoco la veo en los atascos que proliferan en la ciudad.

Hay un concepto, el adanismo, que se ha utilizado en los últimos años para describir ciertas políticas de la nueva izquierda. ¿Es en lo que ha caído Ada Colau y los comunes en Barcelona?

Yo creo que el adanismo es muy propio de los últimos años, sí. Afecta a una parte de la izquierda y también a muchos ciudadanos. Pero vale la pena matizar. Hay un adanismo que incluye altas dosis de ignorancia. Me recuerda a un amigo en Buenos Aires. Durante una conversación llega su hijo, forofo de los tangos, que le dice a su padre: “Tienes que escuchar un tango, Volver, es una maravilla”. Y el padre, para no incomodarlo, le dice que sí, que lo escuchará con atención. Es decir, el adanista es esa figura peculiar que cree que inventa lo que descubre. Lo estarás descubriendo, pero no lo estás inventando. Una de mis mayores sorpresas, cuando entré en el Congreso en 2016, fue descubrir el relato de los ’nuevos’. Era el momento álgido de los partidos nuevos, y me sorprendía su radical antigüedad. Escuché las mismas palabras, las mismas, que escuchaba a finales de los sesenta y principios de los setenta. El error sería, sin embargo, que esa carga crítica exculpara a los criticados. Me refiero a la crítica a la transición que esos partidos nuevos protagonizaron. Los que impugnan la transición, se dice, impugnan a los buenos. Y aquí, de nuevo, hay que matizar. Desde la transición a 2011 pasan muchos años. En la post-transición se cometen muchos errores, y el problema, por tanto, es que esos ‘regeneracionistas’ no apuntan bien, cuando critican a los protagonistas de la transición. Hubo endogamia, clientelismo, corrupción y corruptelas, pero fue después. En la transición se hizo bien. Otra cosa fue la post-transición. Con la figura del jefe del Estado ha pasado lo mismo. Tuvo una actuación impecable en la transición y en el 23F. Lo hizo bien hasta un cierto momento. ¿Tanto nos cuesta introducir ese matiz? Los ‘nuevos’, por tanto, se equivocan. La nueva política envejeció de forma muy rápida, porque no hizo un buen análisis de todo ello, de esas diferentes épocas.

El filósofo Manuel Cruz, en la entrevista con 'Metrópoli' / MA

El filósofo Manuel Cruz, en la entrevista con 'Metrópoli' / MA

¿Un caso de adanismo puede ser el de Colau, con la gestión de la ciudad?

Hay algo de peligro cuando se intenta decir algunas cosas. Se puede acusar a quien lo diga de abuelo cebolleta. Pero se debe decir: ‘Eso ya lo he visto, ya lo conozco’. Yo he visto ya esa película y los episodios de Colau me parecen un remake. En un desayuno de esos llamados informativos recuerdo que Colau, todavía como candidata a la alcaldía, empezó su discurso citando al Papa Francisco. Cuando la conocí, como estudiante en la facultad de Filosofía, Colau recogía firmas para lograr la apostasía. Se puede cambiar de opinión, pero eso no es algo coyuntural. ¿Cambias de opinión y citas al Papa como fuente de inspiración? Las cosas que ha dicho Colau no se diferencian de actuaciones de gente del mismo sector. Con la ministra Montero, por ejemplo. Me ha llamado la atención que se califique de violencia política la crítica a una gestión. Me pareció inaceptable, porque, ¿no es ese mismo sector el que defendía los escraches en el domicilio de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría? ¿Por qué ahora es intolerable la crítica, y antes no lo era protagonizar un escrache? No casa mucho. Al margen de eso, me parece que la ley del sí es sí, no es mejor por haber sufrido un ataque personal. Eso no te da la razón.

¿Hay en la defensa del proyecto de los comunes una confusión entre el mundo urbano y el rural? ¿No es una especie de mundo rural idealizado, con mercados en todas las esquinas del Eixample, llevado a una gran ciudad?

Mi sensación es que el problema mayor no es esa posible confusión, sino lo que es previo a todo eso. Ojalá se tratara de esa confusión. El problema es que no sé cuál es el modelo de ciudad de los comunes. Sé que lanzan eslóganes, pero, ¿en qué modelo de ciudad se está pensando? ¿Qué se pretende potenciar? No sabemos realmente qué idea tienen sobre el turismo, si debe ser un monocultivo o no, si se apuesta todavía por la ciudad del conocimiento. ¿Ya no nos interesa? Tampoco sabemos si se considera el mestizaje como algo interesante o se apuesta por la capital de Cataluña. Colau vive al día, no sabemos qué modelo de ciudad tiene. Nadie sabe qué pretende con esa transformación del Eixample, de sí lo que quiere es beneficiar a los vecinos que viven en esas calles. No se sabe cómo se aborda a todos esos ciudadanos que desarrollan una parte de su vida, la laboral, en la ciudad, pero duermen en otros lugares. Más allá de esa posible ruralización de Barcelona, ¿hay un modelo para el área metropolitana? Sabemos qué querían los alcaldes precedentes, con Maragall, Clos o Hereu. Sabemos que Trias vivió de las rentas de Hereu, pero no lo hizo mal. En cambio, Colau arrancó con una bandera distinta, abstracta. Recordemos qué pensaba sobre el top manta, o sobre el Mobile World Congress. No habla nada sobre la seguridad, y sí, ya sabemos que la instrumentaliza la derecha, pero, ¿hay alguna propuesta? En temas como la vivienda o la seguridad, lo importante es la respuesta qué ofreces. No son en sí mismos problemas de izquierda o de derecha. Insisto en eso. Yo he estado a punto, en cuatro ocasiones, de ser atropellado por un ciclista. Ha llegado un momento en el que parece que lo único que se desea es perpetuarse en el gobierno, a cualquier precio. Aunque en eso Colau no es una excepción.