Cualquiera que haya tenido un perro sabe qué significa perderlo. Cuando era pequeña atropellaron al mío, Blackie. Y murió. Era de mediana estatura, muy movedizo, negro con un pelaje refulgente. Guapísimo. Me acuerdo de ese día: volví del cole y mis padres me lo dijeron. Entonces les pedí verlo. Y me lo enseñaron, tapadito en el maletero del coche. Lloré lo que no está escrito. No se me borra la imagen. Años más tarde –ya con otros perros en mi vida– seguía llorando cuando recordaba el trágico suceso. Ahora escribo esto con los ojos empañados. No es broma. Parece mentira que una bola de pelo se convierta en una parte tan esencial de nuestras vidas.

La muerte es injusta. Y las pérdidas son duras de superar. El caso de la perra –Sota– abatida por un policía en Barcelona –con un disparo en la cabeza– ha indignado a gran parte de la ciudadanía. Con razón. Los hechos todavía no se han esclarecido. Algunos testigos apuntan que la perra solo ladraba, que en ningún caso mordió. Otras fuentes insisten en que era una perra peligrosa y que su dueño también lo era. De cualquier modo, la reacción del policía fue la que fue: disparar para protegerse.

Tras el suceso, el chico no dudó en ir a por el agente y le golpeó la cabeza con un patinete. ¿Mal hecho? Sí. ¿Es una reacción natural, un impulso que sale de las entrañas de la impotencia? También. Yo no sé cómo habría actuado en esa situación pero, conociéndome, me hubiese cabreado mucho. Muchísimo.

Algunos no lo entienden y responden con cinismo: “no pasa nada, es solo un perro”. Un animal no es solo un animal, es un compañero. Y los que no lo hayan entendido es porque carecen de la sensibilidad o la experiencia suficiente como para admitirlo. Algunos de los escritores más reputados confesaron su amistad con las mascotas. Desde Thomas Mann, Virginia Woolf y Charles Bukowski a Wislawa Szymborska o Ernest Hemingway, entre tantos, tantos, otros.

Es lógico. Un animal en casa te saca una sonrisa y la inspiración cuando te falla. Te da cariño y sorpresas. Va en serio. A mí me da la vida ver a Otto moviendo el rabo o jugando a cavar hoyos en la arena. A pesar de algunos malos tragos y esfuerzos, tener un animal en casa merece la pena. Eso sí, si vives en un piso colmena, mejor no tenerlo. No es plan de hacer sufrir al animal viviendo recluido en un espacio minúsculo. Eso es egoísta.

Hoy me acuerdo más que nunca del dicho que popularizó el abogado George Graham Vest. Que “el perro es el mejor amigo del hombre”. Y lo reitero: que no quepa la menor duda. Guau, guau. Y punto.