Mientras el Ayuntamiento de Barcelona pone en práctica un remedo de lo que se conoce como urbanismo táctico en el ámbito de la movilidad, en el terreno ideológico también actúa de una forma parecida con lo que podríamos llamar ética táctica. Si en el primer capítulo va a la brava, cortando y pintando calles, colocando enormes cajones de cemento en plena vía pública, en el segundo el método es aparentemente menos agresivo, aunque más profundo.

Se entiende por urbanismo táctico la intervención rápida y poco costosa, como una prueba para que los vecinos se pronuncien antes de que las medidas de sostenibilidad sean definitivas y para ver cómo se puede mejorar la movilidad de las ciudades, cómo hacer de éstas espacios más humanos y ecológicos. En esa línea, la ética táctica sería un sistema de intervención inmediata basado en los principios de transparencia y máxima democracia capaces de revertir las decisiones con el menor coste posible para el erario, siempre con el objetivo de convencer a la mayoría de la ideología minoritaria en Barcelona: la que adorna a 11 de los 41 concejales que tiene la ciudad.

Si en 2018 el consistorio gobernado por los comunes consiguió que 23.000 personas pasaran por los escenarios de la Bienal de Pensamiento Ciudad Abierta de Barcelona, en la segunda edición que empieza este martes las aspiraciones también son ambiciosas, no en cuanto a asistencia, claro está, sino a su calado ideológico.

El organizador, el municipal Instituto de Cultura de Barcelona, pretende recoger el sedimento ideológico que han creado los últimos movimientos revolucionarios, entre los que cita el 15M, por supuesto, la colectivización urbana y la okupación de viviendas que ha recorrido Europa, evidentemente. Lo que sorprende es que entre los hitos a estudiar como modeladores de nuevas costumbres y formas de vida figure el procés de Cataluña; o sea, los ocho años de polémica, performances y división que han personalizado las tres celebridades que el viernes pasado se dieron cita en Perpiñán para contraprogramar la visita del jefe del Estado a Barcelona y para hacer un ridículo llamamiento a la Unión Europea sobre la falta de libertades en España.

La ocurrencia es suficientemente significativa de las querencias de los promotores de esta bienal que tendrá entretenidos a los comunes desde el martes hasta el domingo en Barcelona. En realidad, no es nada nuevo: echar el anzuelo en el río revuelto; populismo puro y duro. Esos días, Ada Colau ya habrá cerrado más calles al tráfico para que los asistentes al evento se enteren de cómo pinta y colorea sin consultar con los vecinos ni hacerles caso cuando protestan por los atascos que provocan sus ideas.

Barcelona en Comú vuelve a organizar un aquelarre en torno a sus ideas con el dinero de los barceloneses. Presuntamente es un foro de estudio y debate de la ciudad del futuro, pero más bien parece un congreso de partido político.

Van a discutir, por ejemplo, sobre cómo profundizar en la democracia, y a guisa de preámbulo se preguntan si “¿está este sistema político [la democracia] tan ligado, como se nos ha hecho creer, a la economía de mercado?” La pregunta es pura retórica porque a continuación se vuelven a interrogar: “¿Refuerza o debilita a la ciudadanía la lógica extractiva del capitalismo?” Es imposible escribir un editorial en menos palabras.

Si el PP, CDC en su día, o cualquier otro partido organizara algo parecido bajo el disfraz de un espacio para el debate y pagado con fondos públicos, todo el mundo coincidiría en calificarlo de atropello.

Es la piratería 5.0 más descarada. De la misma forma que Colau se apropia furtivamente de la expresión urbanismo táctico porque en realidad no tiene en cuenta lo que quieren los vecinos, sino que les coloca lo que ha visto hacer en otros lugares sin contar con ellos y sin posibilidad de debate, en paralelo presume de una ética y una transparencia que en este caso sí son puramente tácticas y que demasiado a menudo tienen tics autoritarios.