Fuimos a elecciones y ya estamos otra vez de vuelta. Por lo tanto, procede hacer una reflexión, que es la acción y efecto de reflejar o reflejarse y vernos tal y como somos. Reflexión viene de flexión, que es la acción y efecto de doblarse, y tal y como nos inclinamos a votar la última vez votaremos ésta. Y así, entre flexión y reflexión, paseo por las calles de mi barrio y me da por pensar en el sentido y fin de mi voto.

Contemplo el asfalto reventado por las hogueras, las manchas de pintura y los grafitos intimidantes en las sedes de algunos partidos políticos, o esos símbolos amarillos que sirven para marcar el territorio, como la orina entre los cánidos, las tablas de madera que todavía cubren algunos escaparates o los árboles y arbustos secos por el fuego abrasador y concluyo que la clave del voto está en «nosotros». Un hecho es evidente: uno siempre vota por «nosotros». ¿Quiénes somos «nosotros»?

Debo añadir que, como se aprecia a simple vista, ese «nosotros» no es el mismo para unos y para otros, y ése el grave problema que afrontamos. El «nosotros» de algunos votantes es claramente un «yo»; muchos otros votantes sólo acepta como «nosotros» a «quienes estén conmigo», es un «nosotros» tribal, sentimental, en cierto modo irracional, que no acepta como «nosotros» a los demás; luego está el «nosotros» que cuanto más amplio, mejor.

«Nosotros» es la cajera del supermercado que ya nos conoce y saluda cuando pasamos por caja, que sonríe pese a cobrar un salario de mierda. También es «nosotros» el conductor del autobús que nos lleva a la oficina o de vuelta a casa, la enfermera del CAP que nos vacuna de la gripe, el estudiante que contempla el futuro con desaliento, la familia que no llega a final de mes y también el empresario que quiere comprarse otro Ferrari porque el que ya tiene no le hace juego con la corbata. Si tenemos claro que «nosotros» somos todos, incluso aquéllos que creen que «nosotros» son sólo ellos, esto tiene solución y ya discutiremos cuál es más adelante.

Yo no creo que los pueblos tengan carácter alguno ni alma propia, no creo ni en los pueblos, pero el público tiene afición a creer en esas cosas. Por eso cito a Francesc (entonces don Francisco) Cambó: «Cataluña, contra lo que muchos creen, es un pueblo morbosamente sentimental» y eso lo dijo no me acuerdo a santo de qué, pero añadiendo: «Hay que evitar que el problema se convierta en sentimental, porque entonces los espíritus se conturban y los cerebros no reflexionan», y creo que me va de perilla para que piensen en quiénes somos «nosotros» y por qué no somos todos y qué coño nos está pasando, y perdonen ustedes.

No quería hablar de política, sino de cosas más interesantes, y precisamente Cambó me viene al pelo. Ya saben ustedes que fue uno de los promotores del catalanismo para luego financiar a Franco durante la Guerra Civil. El tipo tenía una colección de obras de arte que quitaba el hipo, porque era uno de los hombres más ricos de España; muchas de estas obras pueden verlas en el MNAC, ese museo que está más allá de las fuentes de Montjuic, obras donadas por don Francisco o su familia.

Desde hace treinta años, quizá más, sus herederos intentan vender un retrato de Michele Marullo Marcaniota, obra de Botticelli, por no menos de treinta millones de euros. El retrato fue noticia porque se expuso en una sala de subastas londinense, donde se puso en venta. Es una gran obra y quizá el único Botticelli todavía en venta en todo el mundo. Cundió el pánico en algunos círculos porque creyeron que tal magnífica obra saldría de España, pero la ley no lo permite y el cuadro ha regresado todavía por vender. Cuando preguntaron al MNAC por qué no lo compraba, el señor director del museo puso los ojos en blanco. El presidente Torra le acababa de recortar un millón del presupuesto y éste es tan escaso que apenas les llega para pasar el mocho por las salas de exposición. ¿Comprar un Botticelli, dice? ¡Si con este presupuesto no llego a finales de mes!

Otro motivo de flexión y reflexión, ¿no creen?