Desde que H. J. Osment viera muertos en «El sexto sentido», la gente no deja de ver cosas cuando sale a la calle. Por ejemplo, el señor Rivera y el presidente Torra salen a la calle y ven españoles. Al primero le ponen y al segundo le ponen de mala hostia, y perdonen la expresión, pero ambos los ven en todas partes y a todas horas. Eso explica, quizá, por qué el niño que interpretara H. J. Osment viviera acojonado, Rivera parezca exultante y el presidente Torra haya escrito cientos de páginas pidiendo, por favor, que vacíen las calles de españoles, no le vaya a dar algo. Sí, lectores míos, ahora uno sale a la calle y no hace más que ver cosas. Son los tiempos que corren.

El que esto suscribe no iba a ser menos. Por ejemplo, si voy a la parada del metro de la Sagrada Familia, veo turistas, montones de turistas, y los sigo viendo a la que haya un Gaudí cerca. Pero no veo sólo turistas, no crean. Mis visiones son más ricas y variadas. Veo jóvenes y viejos, trabajadores y desocupados, gente alegre y personas tristes, varones y mujeres, enamorados, cabreados, hasta veo guardias urbanos. También veo quien saca a su perro a la calle para que haga pis en la moto del vecino, quien luce un tipo estupendo y lo sabe, y quien sabe que no tiene donde esconder su barriga. Veo de todo. Pero últimamente veo ciclistas.

Los ciclistas suelen verse en el último momento, cuando salen de la nada y se te echan encima, o cuando contemplas una panorámica de un parque y ves el perezoso y lento pedalear de quien no tiene prisa y disfruta del momento. Pero éstos que veo últimamente no son esta clase de ciclistas, sino otros.

Están los que pedalean en los «rickshaw», palabro que podríamos traducir como «bicitaxi». En propiedad es un carrito tirado por una persona, y puede usted verlos en esas películas en las que salen chinos y el protagonista se da de patadas con los malos. Los tiempos avanzan una barbaridad y en vez de tirar del carro a pie ahora lo hacen a pedales. Pero todo se resume en una persona que hace de bestia de carga de otra, que por lo general es más gorda y opulenta.

También se ven muchos ciclistas con mochilas enormes y de llamativos colores zumbando a toda velocidad ciudad arriba y abajo, ejerciendo de repartidores. Van como locos, y no les extrañe, porque tienen que hacer muchos viajes para llevarse a la boca un poco de pan.

Cuando veo los que tiran del carrito y los ciclistas repartidores veo un trabajo esclavo y muchas veces irregular, y no veo que importe demasiado a las autoridades. Pero, ojo, tampoco veo que importe al público. Por eso no les pido que compartan mi opinión, pero, cuando veo tirar del carrito a un sufrido bicitaxista que lleva detrás a dos o tres orondos especímenes de turistas del norte de Europa... Si eso lo hiciera un caballo, ya estarían quejándose los animalistas. Pero, como lo hace un ciclista, que se joda.

No sé ustedes, pero yo lo veo y no me gusta lo que veo.