Dice un refrán anglosajón que ninguna buena acción se queda sin su castigo (No good deed goes unpunished). A muchos nos pareció que la maniobra de Manuel Valls para deshacernos de Ernest Maragall como alcalde de Barcelona –habría puesto la ciudad al servicio del prusés con esa vehemencia que distingue a los conversos y/o traidores– fue bastante de traca. Valls sabía que la administración Colau era de natural desastrosa, pero preferible al separatismo sobrevenido de un funcionario que entró en el ayuntamiento en la época de Porcioles (según él, para cargarse el sistema desde dentro, como decía Leonard Cohen en First we take Manhattan, pero con la diferencia de que al narrador de la canción le caían 20 años de aburrimiento y aquí la condena nos ha caído a los barceloneses en general). Evidentemente, la maniobra no fue del agrado del Tete, que ya se veía al frente de ese ayuntamiento que conocía tan bien, y supongo que ya entonces empezó a pensar en la mejor manera de jorobarle la vida al taimado franchute que le había puesto la zancadilla.

Hace unos días se le presentó la oportunidad y no la desaprovechó. Desenterró una vieja historia de cuando Valls era el ministro del interior de la República Francesa –una supuesta expulsión de gitanos que probaría de manera inequívoca que Valls era un facha y un racista– para emprenderla contra el de la zancadilla. De la misma manera que el CAC opina sobre televisiones sobre las que no tiene competencia alguna, mientras todo lo que hace TV3 se le antoja ejemplar, ecuánime y periodísticamente irreprochable, el Tete, arrogándose la representación del ayuntamiento de una ciudad de provincias española, la toma con el estado francés, aunque el país de al lado era una simple excusa para arrearle un sopapo a Valls.

La cosa podría haber quedado en una excentricidad rencorosa del Tete de no ser porque su idea peregrina contó con el apoyo de los Comunes y del PSC. Teniendo en cuenta que Colau y Collboni le deben el sillón a Valls, su iniciativa no muestra mucho agradecimiento al tipo que les dio la alcaldía. Las ganas de hacerse el progre y el antirracista se han impuesto y si te he visto, no me acuerdo, Manuel, gracias por el gesto, pero que te den, facha.

A todo esto, Valls se ha mostrado especialmente dolido con la actitud del PSC, dando a entender que de Ada Colau se puede esperar cualquier cosa y ninguna buena. Cómo se nota que este hombre vivía en Francia mientras el PSC se tiraba años dando una de cal y otra de arena, disfrutando de su particular síndrome de Estocolmo, dejando casi siempre en la estacada a los constitucionalistas y motivando el nacimiento de Ciutadans, partido que, antes de hundirse por culpa de la chaladura megalómana de su presidente, hizo lo que muchos pensábamos que debería haber hecho el PSC. De nuestros sociatas también te puedes esperar cualquier cosa: un día dicen, en referencia a los golpistas de octubre del 17, que el que la hace la paga; al día siguiente, ya están exigiendo el indulto de los presidiarios patrióticos. Si Valls (y algunos ilusos como quien esto firma) pensaba que el PSC serviría para parar o tamizar las gansadas de los comunes, se equivocaba. ¿Alguien me puede explicar qué está haciendo Colboni? El pobre Albert Batlle hace lo que puede con el orden público, pero la supuesta influencia de Collboni no se ve por ninguna parte. Ahora tenía una oportunidad de desmarcarse del progresismo de andar por casa de Ada Colau, pero fiel a la esencia de su partido, ha preferido meter la pata por el qué dirán y el "a-mí-a-progre-no-me-gana-nadie".

En cuanto al Tete, lo suyo es una victoria pírrica y en diferido, pero, oye, menos da una piedra.