Corría el verano de 2014, concretamente agosto, con más de 30 grados a la sombra. Las calles de la ciudad hervían la humedad y los barrios de Ciutat Vella rebozaban de riadas de turistas y sus residuos. En la Barceloneta, sus paseos, plazas, playas y hasta un número creciente de viviendas, el descontrol en la actividad turística había llegado a un punto de insostenibilidad que acabó echando a la vecindad a la calle. Nacía la plataforma “la Barceloneta diu prou”. Hasta entonces, pocas eran las voces que se atrevían a dudar de la vitola de “gallina de los huevos de oro” que acompañaba a la industria del turismo. Hoy, su gestión es la primera preocupación de la población barcelonesa.

Una década antes aproximadamente, en pleno corazón del barrio de Sant Pere, los planes municipales de instalación de plaza dura y párking subterráneo, ideal para la especulación inmobiliaria y comercial del barrio, levantó a los colectivos y entidades vecinales. Tras años de conflictos entre institución y residentes, lo que fue conocido como el “Forat de la Vergonya” pasó a convertirse en el “Pou de la Figuera” gracias al empeño vecinal en la creación del espacio comunitario del que adolecía el entorno.

Hace poco más de una semana… El Sindicato de Inquilinos de Barcelona, la FAVB, la PAH y otras entidades y colectivos lograron introducir en el pleno municipal una moción para la promoción de la vivienda pública en la ciudad. Recordemos que Barcelona se sitúa en el grupo de cola del ranking europeo en vivienda al margen del mercado privado. Tan solo un 1,5%, frente al 20, 30 o 40% de ciudades como París, Berlín o Viena. La moción, entre otras medidas básicas, insta a que toda nueva promoción privada, ya sea de nueva construcción o rehabilitación, reserve un 30% de espacio para vivienda pública. Las presiones inmobiliarias estuvieron a punto de tumbar la iniciativa, pero los colectivos se movilizaron e hicieron ver a los partidos políticos que Barcelona tiene una vecindad organizada y concienciada de los problemas que les amenazan. Uno de ellos, de los más importantes, son las constantes expulsiones y desahucios que se producen cada día. Una preocupación tal vez ya más fuerte que la influencia política que pueda ejercer el lobby inmobiliario.

OTRO COLECTIVO

El pasado mes de abril, el Gremi de Restauració anunció que está impulsando una asociación de tipo “vecinal” como alternativa a los movimientos ya organizados en la ciudad, ya sea en entidades, colectivos o plataformas. Entre sus objetivos, plantean “promover la defensa de la actividad económica con menos trabas”. Comentan que apoyan la iniciativa unas 26.000 personas firmantes de diversos manifiestos presentados alrededor de la defensa de la ampliaciónn del espacio para terrazas privadas en el espacio público. Además, manifiestan que debe tratarse de una entidad financiada plenamente con fondos privados. Es de suponer entonces que quizás las empresas inmobiliarias, turísticas, hosteleras y comerciales, especialmente las más grandes, estarán muy interesadas en contribuir con la financiación de esta idea. ¿Una asociación que ejerza de lobby vecinal para fomentar la mercantilización de la ciudad y eliminar las trabas administrativas a la máxima extracción de beneficios de Barcelona y sus trabajadores? “Dónde hay que firmar…”, plantearía el Señor Burns.

Por otra parte, una reciente encuesta del Centre d’Estudis Sociològics señala que un 7,9% de la población barcelonesa está asociada a alguna de las más de 100 entidades vecinales de Barcelona. Es decir, alrededor de unas 130.000 personas, una cifra que no es moco de pavo teniendo en cuenta que los socios de Omnium en toda Catalunya son poco más de 95.000, o los 27.000 afiliados a Ciudadanos en todo el Estado. Casi alcanza a los poco más de 143.000 socios que tiene el internacionalizado FC Barcelona en todo el mundo. Desde luego, hablamos de un número muy superior al que parece apoya a la asociación privada que promueve el sector hostelero. Demuestra la capacidad de la ciudadanía organizada de la capital catalana para condicionar la política institucional, a la que hay que sumar los innumerables colectivos vecinales informales que hoy en día están aglutinando a buena parte de las nuevas generaciones barcelonesas.

El movimiento vecinal es una de las principales marcas de identidad de la ciudad, referente más allá de Catalunya y objeto de estudio para numerosos estudios internacionales. Un movimiento en constante evolución que ha demostrado una capacidad inconmensurable de ingenio, solidaridad y experticia a pie de calle. La Barcelona popular, la que ha sido construida a base de estima y empatía, representa hoy en día un ejemplo de lo que se puede lograr desde el consenso y la unidad comunitaria. Es esta Barcelona la que vale la pena impulsar.