No por anunciada deja de ser noticia la renuncia formal de Manuel Valls al acta de concejal del Ayuntamiento de Barcelona.

El ex primer ministro francés, nacido en la capital catalana, criado y educado en Francia, es un genuino representante de los valores republicanos del siglo XXI. Lo demostró con el desprendimiento y la altura de miras con que hizo alcaldesa a Ada Colau, una candidata situada en sus antípodas. Cuando ella misma había felicitado a Ernest Maragall como ganador de las elecciones municipales de 2019, Valls tuvo el coraje de anteponer sus ideales a la distancia que le separaba de Barcelona en Comú con tal de evitar que la ciudad cayera en manos del independentismo. Votó a favor de Colau, que desde entonces gobierna en coalición con el PSC.

El cainismo que mueve los hilos de la política catalana ha llevado a alguno de sus protagonistas a calificar de "irrelevante" el paso de Valls por el salón de plenos barcelonés, pero los hechos dicen todo lo contrario. ¿Cuándo se ha visto que un grupo de seis ediles, sin posibilidad de acceder al nuevo equipo de gobierno municipal, tome una decisión que suponía su propia escisión y determine el nombre del nuevo alcalde? Nunca nadie hizo tanto en su estreno, ni en los dos años que ha permanecido en el ayuntamiento.

Sin olvidar, claro está, que su apuesta personal fracasó. Primero, porque no consiguió el apoyo popular necesario para tener opciones. Segundo, porque fue de la mano de un partido –Ciudadanos-- que carece de voluntad de gobierno. Y tercero porque no supo ver a tiempo que los mismos mecenas que le apoyaron inicialmente eran los cómplices tradicionales del independentismo.

Entre los insultos y los parabienes con que ayer fue despedido este antiguo socialista, no se echa de menos a Maragall, lógicamente. Lo apeó de la poltrona cuando ya la tocaba con la punta de los dedos. Tampoco a Colau: carece de la habilidad necesaria para quedar a la altura, para dar una respuesta inteligente a la despedida de quien la usó políticamente aun pagando un alto precio.

Jaume Collboni ha estado bien al agradecerle los servicios prestados a la ciudad y al país. De hecho, aunque revelara que pactó con Valls su apoyo a Colau, es cierto que la primera intención de aquel era asociarse al PSC desplazando a Collboni de la cabecera de la lista. El teniente de alcalde socialista también ha roto el sometimiento generalizado –incluido el de la prensa del régimen-- a la estrategia de vacío que el nacionalismo impulsó desde el primer día contra la participación de Valls en la política catalana. Una reacción primitiva de rechazo al extranjero, al de fuera, que logró imponerse en ciertas capas de la población. Probablemente, ese aroma de xenofobia predomine en el mal sabor de boca que la experiencia catalana haya podido dejar en Manuel Valls.