Puede que otra cosa no, pero iniciativas particulares, Barcelona las genera a cascoporro. A veces son en solitario, como cuando el bueno de Arturo San Agustín montó una cruzada unipersonal para que se le pusiera una calle o una plaza al Capitán Trueno, pero en general, suele hacer falta un grupo de gente entusiasta dispuesta a recoger firmas y a hacer un poco de ruido. La última que ha llegado a mis oídos es la de unos que pretenden que Barcelona le dedique una calle a la difunta Carmen de Mairena (née Miguel Brau) en homenaje a su condición de icono LGTBI, algo que la pobre no fue jamás, pues tenía incluso un absurdo punto homófobo que la llevaba a desaprobar las muestras públicas de afecto entre personas del mismo sexo (hay una excelente biografía gráfica y literaria de la artista a cargo de la ilustradora Carlota Juncosa cuya lectura recomiendo vivamente).

Carmen de Mairena fue, sin duda alguna, una víctima de la vida y de la sociedad que llevó una existencia infame, sobre todo desde que se le pasó por la cabeza la disparatada idea de convertirse en mujer. Hasta entonces había sido el típico cupletista sarasa que tiene su público, un público que le dio la espalda cuando Miguel de Mairena mutó en el espantapájaros que todos conocimos y hasta apreciamos. Al hundirse su carrera musical, Carmen tuvo que meterse en la prostitución, rodó algunas películas porno (una de ellas con Dinio, el inefable amante cubano de Marujita Díaz), ejerció de madame cutre para furcias de bajo standing y, durante un tiempo, se convirtió en un personaje de la telebasura y hasta en candidata a unas elecciones autonómicas en las que cosechó mas votos que Rosa Díez, de UPyD (gracias, probablemente, a ripios tan brillantes como Artur Mas, te voy a dar por detrás y Pepe Montilla, cómeme la pepitilla). Fue la suya una vida achuchada, a salto de mata, esquivando sopapos del chulo de turno y tratando de llegar a fin de mes como buenamente podía. Como en el caso de La Veneno, estamos ante una víctima de la sociedad merecedora de compasión, pero los que compartimos época con ambas sabemos que convertirlas en iconos de la lucha de liberación gay es exagerar un poco: intuyo que entre los promotores del asunto de la calle hay muchos jóvenes que nunca vieron de cerca a aquellos dos gloriosos mamarrachos que fueron Carmen y la Veneno y que, al igual que los Javis, han querido ver un símbolo donde solo había una vida muy triste y patética.

Barcelona cuenta con una larga lista de gente esperando que se le dedique una calle. A bote pronto, se me ocurren los nombres de Salvador Dalí, Jaime Gil de Biedma, Xavier Cugat, Juan Eduardo Cirlot o Juan Marsé. O sea, ponte a la cola, Carmen. A no ser, claro está, que nuestra alcaldesa progresista y bisexual opte por la vía Rubianes, se salte el escalafón y piense que hay que echar una mano a la comunidad LGTBI (de la que Carmen nunca se consideró parte) quitándole la calle a algún franquista (real o imaginario, como el almirante Cervera) y dándosela a Carmen de Mairena. Que así sea. Hasta me ofrezco a firmar la petición, como devoto de todo tipo de frikis, pero con una condición: que le quiten la calle a Sabino Arana para dársela a Carmen. Así se matarían dos pájaros de un tiro: un fascista menos en el callejero barcelonés y un homenaje de su ciudad a un ser humano que tuvo una vida de perros.