El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido donar 350.000 euros a las dos principales centrales sindicales (UGT y CC OO). Es una forma como otra cualquiera de comprar una cierta paz social. Si los cuadros sindicales comen bien, es más fácil mantener acalladas las protestas del conjunto de los empleados. Pero no hacía mucha falta: los sindicatos han dejado de ser una fuerza laboral de clase desde hace mucho tiempo. Y en Cataluña, más. Empezando por UGT que ha conseguido el más difícil todavía: un secretario general, Camil Ros, al que apenas se le conoce actividad laboral por cuenta ajena. En su biografía oficial no aparece citada ni una sola empresa.

Buena parte de la docilidad de este sindicato, sometido en todo a las consignas que dimanan del carlismo catalán, se deben al éxito de ERC, que ha colocado al frente del segundo sindicato de Cataluña a uno de los suyos. Y el consistorio barcelonés, que no quiere ser menos, también ayuda con los 175.000 euros que le tocan de subvención para una organización que, si un día afirmaba ser de clase, hoy se alinea claramente con el amarillismo.

Pero no hay que engañarse: parte de la entrega sindical a las patronales (públicas o privadas) se debe a la escasa participación de los trabajadores en los sindicatos. No hace mucho que la Organización Mundial del Trabajo (OMT) hizo públicos los índices de afiliación sindical en la Unión Europea. En España, sólo el 13% de los trabajadores cotizan a una central sindical. En Alemania, donde los sindicatos tienen un poder enorme, ese porcentaje sube al 17%, mientras que en países con altos grados de bienestar como Finlandia, Suecia o Dinamarca, la adscripción oscila entre el 64% y el 67%. Allí, los sindicatos se deben a quienes los mantienen. Aquí también. Por eso el Ayuntamiento de Barcelona les sufraga parte de los gastos y otro tanto hace la Generalitat.

Cuando estalló el escándalo de los ERE en Andalucía, se hacían apuestas sobre cuánto tardaría en aparecer algo similar en Cataluña.

Después de todo, a falta de cuotas de afiliados, los sindicatos se han ayudado en la financiación con cursos subvencionados de formación, muchos de ellos, de eficacia dudosa. Como poco. No pasó nada y hay quien asegura que así seguirán las cosas mientras los sindicatos sigan domesticados y se avengan a ser correas de transmisión de los gobernantes de turno.

Es curioso que, pese a los recortes que se han producido en Cataluña, no haya habido una respuesta sindical en línea. Al contrario. Más aún, el Ayuntamiento de Barcelona sostenía que la presencia de lazos amarillos en las fachadas municipales se debía a exigencias del personal laboral. Que no era así ha quedado demostrado por el hecho de que, cuando Ada Colau dio la orden de suprimirlos no hubo protesta alguna de los empleados. Tampoco de sus representantes. Ahora les llega el premio: 350.000 euros y unas condiciones laborales que no son las peores del territorio.

Hay una anécdota que explica la degradación sindical: en una gran empresa, CC OO incorporó a las listas electorales a un tipo de conducta más bien cuestionable. Algunos trabajadores expresaron su sorpresa y malestar al representante sindical en la firma y la respuesta fue clara: “Para ser del sindicato basta con ser asalariado y pagar la cuota”. Y en efecto, los requisitos son tan mínimos que mucho desaprensivo ha visto en la vía sindical una salida a su falta de ganas de trabajar.

Tal vez sería bueno que el Ayuntamiento de Barcelona, que dice ser de izquierdas, además de los miles de euros les regalase un cartel que les recordase que pueden reservarse el derecho de admisión. Quizás los sindicatos tendrían menos ingresos, pero podrían asumir sin ataduras la representación de los trabajadores.