Según contaba el martes en este diario Antonio Fernández, un hombre del que doy fe de que no se le escapa nada en Barcelona y Cataluña entera, el Tete Maragall está seriamente preocupado por la competencia que pueda hacerle Xavier Trias en las próximas elecciones a la alcaldía de la capital. Levemente perdonavidas, el Tete descarta el posible triunfo del ex alcalde, como si solo él representara a la gerontocracia salvífica, pero teme que le haga perder votos y se vuelva a quedar compuesto y sin ayuntamiento, como la última vez, cuando Manuel Valls optó por Ada Colau como mal menor ante la candidatura independentista de ERC. Y eso que aún no está claro que el señor Trias vaya a concurrir a las elecciones. Es más, da la impresión de que no se ha enterado muy bien de los cambios ideológicos acaecidos en su querida Convergencia durante los últimos años, pues anda buscando apoyos a la tradicional manera convergente entre pequeñas fuerzas políticas que no están precisamente por la independencia del terruño, en partidos como el PDeCat o Centrem, que son lo más parecido que queda a la Convergencia de antes, a la que el doctor Trias parece seguir perteneciendo. Me pregunto si alguien, en el contingente post convergente y puigdemontista le ha informado de la peculiar evolución de la formación hacia el soberanismo, algo que, en los viejos buenos tiempos del amigo Trias, ni estaba ni se le esperaba.

              Como si no se hubiera enterado de nada, el señor Trias contacta con Angels Chacón (y parece que con más gente) para presentarse unidos a por la alcaldía de Barcelona. Y le contestan que, si la misión incluye dar la chapa indepe, que se olvide. Reconozco que encuentro fascinante la actitud del veterano político barcelonés, tal vez porque me recuerda un tanto la de Peter Sellers en Bienvenido, mr. Chance (con unos toques de Mr. Magoo). Su partido de toda la vida se ha hecho independentista y parece que él no se ha enterado. De ahí la doble desesperación de Ernest Maragall al tener que competir con alguien que es y no es de su cuerda y que puede robarle votantes entre los partidarios de la Convergencia de antaño, que haberlos, haylos, y puede que en mayor número de lo esperado.

Fotomontaje con los rostros de Xavier Trias y Ernest Maragall / METRÓPOLI

Fotomontaje con los rostros de Xavier Trias y Ernest Maragall / METRÓPOLI

              El partido que haga lo que quiera, que yo iré por donde creo que se ha de ir. Ese parece el lema de Xavier Trias, adoptando un personalismo de esos que no suelen hacer mucha gracia en Junts x Cat y que está a años luz de la actitud genuflexa hacia la autoridad que distinguía a la anterior candidata a la alcaldía, la cesante Elsa Artadi. Pero teniendo en cuenta que Trias no fue un alcalde particularmente lamentable, puede que el Tete tenga motivos de sobra para estar preocupado. A fin de cuentas, las elecciones municipales son de las más personalistas que hay y mucha gente pasa de los partidos a la hora de votar y se inclina por el candidato que le cae menos mal o le inspira menos pavor. Asimismo, Trias puede recaudar votos entre los nacionalistas agotados por el prusés que se han dado cuenta de que la independencia no es inminente y que el buen doctor parece una persona decente y de fiar que les puede quitar de en medio a Ada Colau, solo o en compañía de nacionalistas moderados o hasta del PSC (para esto último, tal vez habría que sustituir a Collboni por alguien mucho más viejo, dado que la edad provecta se está situando tan bien en la conquista de Barcelona).

             Ernest Maragall está obsesionado con llegar a alcalde de ese ayuntamiento en el que ya estaba cuando lo dirigía José María de Porcioles (según él, para combatir al franquismo desde dentro; según yo, para hacerse con un puesto de trabajo fijo para casi toda la vida). Al principio, las encuestas lo daban vencedor. Luego, lo situaron en una posición de empate técnico con Collboni. Y ahora le sale un viejo convergente que va a su bola, saltándose las normas de lo que queda del partido, y amenaza con hacerle sombra y robarle votos que él considera suyos. Realmente, es para cabrearse.