Un 8 de marzo de 2011 se inauguró en Barcelona la Plaça de 8 de març en Homenaje Internacional a la Mujer Trabajadora. Se aprovechó la ocasión para dar más visibilidad al acueducto romano de Barcino, se pavimentó siguiendo el esquema de los antiguos caminos medievales de acceso a la ciudad y se construyó en ella un modesto parque infantil. Además, se aprovechó para renovar el sistema de iluminación y de alcantarillado y se instaló un sistema de cargas eléctricas para motos.

Eran los tiempos del alcalde Jordi Hereu (elegido en 2007) y a punto estaba de ganar el convergente Xavier Trias, que fue investido al siguiente 1 de julio de 2011. Parece que fue ayer, pero muchas cosas han ido ocurriendo desde entonces por la Ciudad Condal.

Pero hay quien no sabe que a pocos metros de esta plaza existe desde 1923 en la Calle Duran i Bas número 9 la Fundació Balmesiana, que alberga el Institut Filosòfic, el Institut Sant Tomàs y una biblioteca de inspiración cristiana de más de 50.000 volúmenes. Ni qué decir tiene que el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, ya es Presidente de la Conferencia Episcopal de España. No es cuestión, ahora, de invocar mártires de la guerra, ni de agitar el fantasma del anticlericalismo. Pero la sombra de las ideologías es siempre alargada.

Es cuestión de que la dialéctica típica del materialismo histórico ahora enfrenta dos monstruos de la misma familia: la ideología feminista y la ideología de género. Siguiendo los postulados del alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), tesis, antítesis y síntesis son las tres fases de un proceso evolutivo del espíritu humano que se repite a sí mismo por la búsqueda de la verdad.

A raíz del reciente Proyecto de Ley de libertad sexual es cuando Saturno empieza a devorar a sus hijos. Ahora la Plaça 8 de març y la ideología del feminismo trabajador nos van a recordar la polémica, impulsada nada menos que por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero, del Ejecutivo de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Porque se abre una grieta muy grave entre dos ideologías que pretendían algo semejante: plantear un igualitarismo con independencia de la sexualidad que a uno le venía dada por el nacimiento; porque nacer, nacemos todos.

Ya no hay más remedio que las feministas reclamen la base biológica de su condición sexual amenazada por el patriarcado (Sigmund Freud). Ya no hay más remedio que la ideología de género, para defender el colectivo transexual y otros, se vea obligada a teorizar la sexualidad como una categoría exclusivamente cultural: “me siento” hombre o mujer. Dos tesis ya enfrentadas a muerte.

La tesis, El Segundo sexo de Simone de Beauvoir (1949), se enfrenta a la antítesis, El género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad (1990) de la postestructuralista estadounidense de origen judío Judith Butler.

Nadie podrá quejarse, porque esta vez no he dado mi opinión sobre un tema tan espinoso: no conozco la síntesis que se derivará del choque. Subrayo una polémica y el peligro de la contradicción en el terreno de las ideologías. Pero me temo que, para que quepan todos, el Ayuntamiento de Ada Colau deberá buscar una plaza más grande donde todas y todos se sientan representados. Nadie, lógicamente, llamará a la puerta de la Balmesiana, ni mucho menos a la del palacio episcopal, donde ahora vive el presidente de los obispos de España.