El sábado 15 de junio fue un día triste en Barcelona. Y en Cataluña. Los independentistas mostraron claramente que su sentido de la democracia se agota cuando los resultados no son los que ellos desean. El número más grotesco se dio en Santa Coloma de Farners (de donde es oriundo Quim Torra), con amenazas a concejales y la hermana de quien dice ejercer de presidente quitando del salón de plenos la foto de Torra. Pero no fue menos triste ver a los energúmenos que se agrupaban delante de no pocos consistorios, empezando por el de Barcelona, para insultar y vejar a quienes no pensaban como ellos.

Fueron muestras de totalitarismo producidas apenas 48 horas después de que la profesora Fina Birulés hubiera presentado su último libro (Hannah Arendt: llibertat política i totalitarisme, Editorial Gedisa). Durante la presentación, al hilo de las reflexiones de la filósofa judío-alemana, Birulés y el pensador Edgar Strahele alertaron de la tentación de mirar hacia el pasado perdiendo de vista el presente. Porque el holocausto, sostuvo Birulés, no se repetirá, pero el totalitarismo acecha en no pocas esquinas. Y a veces ni siquiera se esconde, como el sábado en la plaza de Sant Jaume, donde los independentistas mostraron su escaso sentido democrático a la vez que un machismo zafio, como el de Vox, pero expresado en catalán. Dentro del Ayuntamiento, en las filas de invitados había gente que parecía haber ido a la escuela, increpando a Manuel Valls (ya ex amigo de Ciudadanos) para impedir que dijera lo que creía que tenía que decir. Entre otras cosas, que en España no hay presos políticos.

Una de las características del totalitarismo es pretenderse el dueño también del lenguaje. Los totalitarios establecen lo que se puede decir y lo que no; cómo hay que hablar y quién debe callar. Casi a la misma hora, Oriol Junqueras declaraba a Tele 5: “Nosotros nunca gobernaríamos con el apoyo de la derecha reaccionaria y nacionalista”. Lo que significa que él y sólo él ha decidido que Puigdemont y Junts pel que convingui no son de derechas ni nacionalistas ni reaccionarios.

Siendo así las cosas, no se entiende que los ex convergentes y los de ERC se enzarzaran en Sant Cugat. Los primeros perdieron una alcaldía que creían vitalicia debido a un pacto entre Esquerra y PSC. Los partidarios del huido acabaron enfrentándose a los de Junqueras al grito de “155”, mientras que los republicanos replicaban a sus socios de gobierno con la expresión “3%”.

Es posible que algunos independentistas hayan leído las aventuras de Alicia en el país de las maravillas y a través del espejo (hay traducción catalana). Hablando con la niña, Humpty-Dumpty le dice: “Cuando yo uso una palabra, significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos”. No lo ve claro la cría que le replica: “El problema es si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”. Y le responde Humpty-Dumpty: “El problema es saber quién es el que manda. Eso es todo”.

Y en esas estamos: en saber quién manda, qué significa “preso político”, qué sea un “traidor”, quién es partidario y responsable del 155 y del 3%. O si se prefiere: saber quien decide, incluso en el lenguaje.

Tiempos de falsedades asumidas, de “fake news”, que se dice en inglés y que no se puede traducir por “mentiras”, porque las mentiras buscan convencer a otro con falsedades pero las “fake” están destinadas a gente que quiere oír precisamente esas falsedades y creerlas. Y si no se le dicen grita y patalea e insulta y abuchea.

Al hablar del totalitarismo que se aprecia en los discursos presentes, Fina Birulés apuntó: “Hay hechos, opiniones y exabruptos”. Los que gritaban en Barcelona, en Sant Cugat, en Sabadell, en Santa Coloma de Farners, no formulaban hechos, no expresaban opiniones. Se quedaban en el exabrupto.

Como la educación ha sido de siempre bandera de la izquierda, habrá que insistir con ellos hasta convencerles de que los demás también tienen derechos.