El dibujante Ivà sostenía la curiosa tesis de que los viajes del Imserso, en los que se daba de comer opíparamente a los jubilados, no estaban pensados para el disfrute de los mayores sino para conseguir que pillaran una buena indigestión que podría llevarles al otro barrio. Era un sistema, pensaba él, de reducir por la vía rápida el gasto de las pensiones. Probablemente estaba equivocado. Tal vez razonaba así influido por la tendencia a la exageración que hay detrás de muchas narraciones humorísticas. Con los mismos criterios, si hoy viviera y tuviera que vacunarse de, por ejemplo, la gripe hubiera podido imaginar que el método preferido del gobierno catalán para reducir el número de ancianos no son los viajes de placer sino las vacunas que, se supone, deben prevenirlos de alguna enfermedad.

En Barcelona se está vacunando de la gripe a muchos mayores. En estos momentos, es decir, ya entrado diciembre y superados los primeros fríos, que seguramente han provocado más de un contagio. En algunos casos se inocula esta vacuna al mismo tiempo que la del Covid. En otros, no. Los CAP están perfectamente saturados, o eso dicen sus dirigentes, y las páginas web a las que hay que acudir para pedir hora son un galimatías considerable. No son pocos los mayores que tienen que ponerse una vacuna en un vacunódromo y la otra en otra parte. En el barrio de Les Corts, junto al CAP Montnegre se han instalado unos barracones en cuyo interior se inyectan vacunas. En el exterior, al aire fresco y libre, se hace la cola. El año pasado el Ayuntamiento de Barcelona ofreció sus centros cívicos y la cosa fue mucho más ágil. Este año, con Sanidad en manos de los carlistas de Puigdemont, se ha optado por una solución distinta: cuchitriles diminutos que provocan largas esperas. Con frecuencia, superan los 30 minutos. La cola se hace, por supuesto, a la intemperie. A veces con sol y otras con lluvia. Siempre con algo o mucho de frío y abiertamente incómoda. Y eso que, supuestamente, la gente va a vacunarse con cita previa. No importa: la puntualidad no hace falta. Por la cuenta que les trae, no van a irse.

Los principales destinatarios de las dosis contra la gripe son los ancianos y en Barcelona hay muchos. Si tienen suerte y el día que les corresponde luce el sol, mientras aguardan se van calentando el joropito. En caso contrario, hacen oposiciones a un resfriado o a una buena pulmonía. Es como si esta solución la hubiera pensado un compañero de Ivà en El Papus; el dibujante Ja, creador de una memorable monja, Sor Angustias de la Cruz, especializada en torturar a los ancianitos.

Es difícil no pensar que la maniobra del departamento de Salud, que dirige Josep Maria Argimon por voluntad de Junts per Cat, no esté destinada a otra cosa que no sea seguir minando la sanidad pública. Así la gente contratará mutuas privadas. Es una tendencia constante desde que Arthur Mas empezó con los recortes y que se confirmó con el nombramiento de Boi Ruiz, representante de la sanidad privada, como consejero de Salut. ¿Qué intereses iba a defender? Los del sector, claro. Luego, con la excusa de la pandemia, la cosa ha ido a más y hoy, en los ambulatorios de Barcelona, ser visto por el médico de cabecera resulta casi imposible. Muchas consultas se ventilan por vía telefónica e incluso esta posibilidad está limitada a quienes son capaces de armarse de paciencia para conseguirlo.

En cualquier caso, la tortura a la que se somete a los jubilados no parece pasar factura electoral. Los carlistas deben de estar seguros, igual que los de Esquerra, de que pedir que haya producción de cine en catalán en Netflix (una plataforma de pago, sólo para quien pueda costeársela) es mucho más rentable e importante que hablar de la sanidad o de la escuela pública. Después de todo, en el caso de las vacunas, los principales perjudicados son los pobres. Gente que un día pudo ser utilizada en las fábricas y los talleres, pero que ahora son sólo una carga para la sociedad. Porque de las pensiones es imposible conseguir un 3%. Y eso, Puigdemont lo sabe.