La niña es preciosa, de anuncio. Ya saben: rubita, de ojos azules, pelo rizado, mofletes que reclaman un pellizco... Es la hija de un conocido, pero estuvo a punto de dejar de serlo hace un par de años. La familia acudía al prestigioso doctor Fulano de Tal para sus pupas y un día la niña pilló un catarro. El doctor Fulano de Tal recetó que la niña chupase una bolita de azúcar cada seis horas y aseguró que en unos días estaría como nueva. En unos días, sin embargo, la niña estaba en la UCI de un hospital, con una pneumonía de caballo y la vida pendiente de un hilo. Entonces ese conocido del que hablo supo qué significaba de verdad el adjetivo «homeopático» y descubrió que el «prestigio» del doctor Fulano de Tal era lo mucho que cobraba por cada consulta y el número de incautos de su agenda.

Hace unos días, en un debate en las redes sociales, la mujer de este conocido del que estoy hablando expuso su caso en un debate sobre la homeopatía. Cuál no fue su sorpresa cuando saltó sobre ella, metafóricamente hablando, una tal Beatriz Talegón. La tal Beatriz no se cortó un pelo y la llamó «madre irresponsable» por saltarse las sabias indicaciones del doctor Fulano de Tal. La madre, claro, protestó. No tardó la señora Talegón en aleccionarla sobre los «muchos beneficios» de la homeopatía o la «abundancia de pruebas» que demuestran que funciona. Poco le faltó después para defender la «libertad de elección» de los pacientes.

Si me dejasen, enviaría al doctor Fulano de Tal, privado de su titulación médica, a la más profunda mazmorra durante una buena temporada, para que reflexionase sobre ética y deontología profesional. Creo que los padres de la niña opinan algo parecido y secundarían la moción. Pero, claro, no nos dejan aplicar la justicia por nuestra cuenta, porque vivimos en un Estado de Derecho. Hacen bien, me parece.

En cuanto a los argumentos de doña Beatriz, poco tengo que decir que no se haya dicho ya. Básicamente, que los únicos beneficios de la homeopatía son los dineros que se meten en el bolsillo los «médicos» homeópatas, las farmacias que venden los «medicamentos» homeopáticos y las multinacionales que venden bolitas de azúcar a más de un euro el gramo (1.500 veces más caro que en el súper). La ciencia concluyó hace ya mucho tiempo que éstos, los económicos, son los únicos «beneficios» conocidos de la homeopatía (y sólo para algunos).

Lo de la «libertad de elección» de los pacientes merece algo más de atención. Existe el derecho a una segunda opinión médica ante un diagnóstico, especialmente si éste es grave. Y si existe más de un tratamiento para enfrentar ese diagnóstico, el paciente tiene todo el derecho a escoger entre uno y otro, después de ser informado de las ventajas e inconvenientes de cada terapia, del riesgo que supone seguir tal o cual, etc. Pero, ojo, aquí la homeopatía no pinta nada, porque la homeopatía no es una opción válida. No es medicina. Punto.

Y llegados a este punto, uno tropieza con un espacio de la naturaleza humana que considero fascinante. Cuando Beatriz Talegón o el doctor Fulano de Tal defienden la homeopatía, ¿creen o no creen en lo que dicen? Es decir: ¿son tontos o son cínicos de remate? ¿Ambas cosas a la vez? En el caso del doctor Fulano de Tal, me la jugaría por el cinismo, porque vive muy bien a base de timar al público. En el caso de Beatriz Talegón no lo tengo tan claro, y perdonen ustedes.

La mujer se ha ganado a pulso la fama de creerse cualquier noticia falsa y defenderla a capa y espada, como si le fuera la vida en ello, en las redes sociales. Ha conseguido, después de esforzarse mucho en esta empresa, llamar la atención, momento que ha aprovechado para apuntarse al procesismo y convertirse en una adalid del amarillismo más friqui. Su agitación en las redes sociales le ha valido alguna recompensa en forma de «miembra» de alguna comisión de no sé qué y dicen los periódicos que los partidos independentistas se disputan su persona como candidata a las elecciones europeas. Que sí, que no es broma.

Por eso afirmo que estamos en ese punto en que uno no sabe hasta qué punto Occidente se nos va al carajo, o a qué velocidad. Quien dice Occidente, dice este país que me vio nacer, que precede la marcha.