La revista El Papus tenía una sección titulada “Por la boca muere el pez”, dedicada a recopilar las idioteces que un día sí y otro también decían los personajes públicos. No era difícil de llenar. Más bien sobraba material todas la semanas. Y es que a mucha gente se le calienta la boca cuando le dejan hablar y se pone a decir disparates. Por ejemplo, a la candidata por el PP en las listas de Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo. El otro día se preguntó por qué no se permite a los presos por corrupción dar ruedas de prensa desde la cárcel, dado que las pueden convocar los presos independentistas. No es difícil apostillar esta ocurrencia: se diría que cada cual se arrima a su cada cuala. De ahí que Álvarez de Toledo, en las filas y las nóminas del PP, se acuerde de los corruptos, algo en lo que ese partido nada en la abundancia. Pero tampoco hay que ir muy lejos para ver que, en realidad, los acusados de corrupción siempre tienen alguien amigo que le acerca un micrófono. Este fin de semana, sin ir más lejos, El Mundo (donde ella colaboraba) ha entrevistado a Francisco Granados para que predicara lo que le pareciera.

En el otro lado, Jordi Sánchez, también candidato barcelonés (dicho sea de paso, a los dos les importa un bledo Barcelona),  señalaba que si los independentistas no apoyan a Pedro Sánchez, éste se verá impulsado a buscar los apoyos de la derecha.

Conviene recordar que este hombre fue profesor de Política en la Universidad Autónoma de Barcelona. Qué pudiera enseñar a sus alumnos es un misterio equivalente al de la Trinidad. Sus declaraciones dan por supuesto que él milita en la izquierda, de modo que es obvio que no distingue entre una cosa y la contraria. Aunque también puede ocurrir que la formación sobre el nacionalismo de Jordi Sánchez sea deudora del opúsculo El marxismo y la cuestión nacional, cuyo autor fue José Stalin.

Para los nacionalistas, la cuestión territorial es prioritaria. Responden al lema fijado en los cuarteles de la Guardia Civil, “todo por la patria”. Pero la izquierda (Stalin al margen) ha tendido a tener como prioridades otros asuntos. El primero, la redistribución de la riqueza; el segundo, los derechos sociales: sanidad, educación y, en los últimos años, los derechos llamados de nueva generación: el feminismo (una ampliación del igualitarismo), la ecología, la atención a los movimientos migratorios. En suma: el bienestar.

Que la cuestión territorial no es una prioridad de la izquierda queda claro con la simple observación de que es un asunto al que se aferran todas las derechas: los carlistas catalanes, los nacionalistas españolistas, los lepenistas franceses, los brexiteros, los nuevos finlandeses, los salvinistas, los sionistas de Netanyahu, los neonazis de Alternativa por Alemania. Todos tienen en común que la patria es lo primero y que la solución a cualquier problema llegará sin asomarse al exterior. Mejor aún: cerrándose cuanto se pueda a ese exterior tan lleno de enemigos irredentos.

Ocurre que, en no pocos casos, un sector de la izquierda ha comprado el discurso nacional. Del mismo modo que PP y Ciudadanos lavan la cara al discurso filofascista al pactar con Vox, los soberanistas (o lo que sea, si es que ideológicamente son algo) Nuet, Fachin, Alamany blanquean los discursos nacionalistas de Junts per Cat y Esquerra dándoles una apariencia de izquierda.

Pero a poco que se observe bien el asunto se verá que en esas formaciones no hay ni voluntad de aumentar el bienestar de los más a través de la redistribución de la riqueza ni voluntad de ampliar otro derecho que no sea el inexistente derecho nacional. Todo lo demás, empezando por los individuos, queda supeditado al bien superior de la patria.

Decía Jaume Perich que la geografía es la ciencia que permite a un patriota saber cuántos kilómetros de terreno tiene que amar. Ni un metro más ni un metro menos. En eso andan: en amar al paisaje, pisoteando al paisanaje.