La pandemia no ha terminado. Afirmar que ya hemos llegado al final del túnel sería irresponsable, pero no podemos negar que cierta normalidad parece asomarse a nuestras vidas. Con restricciones, con medidas que dificultan esa vuelta total a una normalidad que se antoja lejana, pero viendo ya la luz. Y así lo percibe la mayoría de la ciudadanía.

Este tiempo nos ha permitido reflexionar a todos sobre muchas cosas y focalizarnos en lo verdaderamente importante. Hemos perdido a gente a la que queríamos mucho. Hemos visto el horror de cerca y hemos hecho grandes sacrificios para salvar la situación.La mayoría de la ciudadanía ha sido responsable, y obviando a los cientos de cafres que creen que todo esto ha terminado y se permiten ahora salir a la calle como auténticos energúmenos sin prestar atención a nada ni a nadie, la mayoría seguimos concienciados de la difícil situación que todavía vivimos pese a que vemos con esperanza el futuro que llega. El ritmo de vacunación crece. Nuestros padres y abuelos ya están vacunados, y ante ese escenario toca volver a emprender el vuelo. Hemos parado el golpe. Ahora toca remontar.

Hace unas semanas tuve la ocasión de ver encuestas de diferentes municipios del país, en las que se preguntaba por la situación vivida durante este año y por cómo se afrontaba la situación que nos viene en el año próximo. Los datos permitían ver dos sensaciones generalizadas. Se habla de este año pasado como un año atroz a todos los niveles, pero se espera el curso próximo con esperanza, con ilusión. La gente sabe que la situación de partida es complicada a todos los niveles, pero se niega a aceptar que las cosas seguirán igual de mal. Todo el mundo espera que la situación remonte. Pero para que eso pase, es imprescindible que algunas cosas cambien.

Es imprescindible acabar con la crispación que ha reinado durante los últimos años. La gente está hasta las narices de las peleas estériles de quienes nos gobiernan o pretenden hacerlo. A todos los niveles. Durante este tiempo de pandemia no ha habido lealtad institucional alguna, y si la gente pone alguna pega generalizada a la gestión de estos meses, lo hace poniendo el acento en el comportamiento de nuestros políticos. No ha habido apenas colaboración entre unos y otros, y la gente eso no lo entiende. Y si nuestros políticos no son capaces de darse cuenta de este sentir mayoritario, la desafección política seguirá creciendo hasta niveles desconocidos hasta la fecha. Y eso que ya tenemos unos importantes niveles de desafección...

Insultos, tensión constante... nadie puede aguantar eso tanto tiempo. ¿Cuántos años llevamos instalados en la confrontación sistemática? Desde que el separatismo se hizo fuerte en nuestra tierra no se ha hablado de otra cosa que de sus pulsiones identitarias y de sus reivindicaciones, y desde que el populismo ha cogido carrerilla en nuestras calles la respuesta es cada vez más desagradable. Urge que quienes siguen instalados en priorizar única y exclusivamente su lucha partidista o ideológica abandonen esos postulados y empiecen a trabajar por lo que de verdad importa a la gente.

No puede ser que en el Ayuntamiento de Barcelona los partidos separatistas se hayan dedicado una y otra vez a tratar temas que nada tienen que ver con la gestión que tanto necesitamos. No puede ser que un único debate lo contamine todo. No puede ser que opinar diferente te cueste siempre un reproche. Ante la situación que vivimos, no podemos permitirnos una sociedad fragmentada. Volvemos a necesitar un nosotros. Necesitamos centrarnos en Barcelona, y prescindir de todo lo demás, porque ahora toca construir. Toca remar juntos.

Basta de ahondar en el drama. Basta de buscar la grieta que nos separa y tratar de agrandarla con confrontaciones que no nos sirven para nada. Confrontaciones que se han demostrado inútiles y sin recorrido más allá del recorrido meramente retórico por cierto. La batalla dialéctica es un medio, no un fin en sí mismo. La gente corriente bastante tiene con tratar de sostener su situación familiar y los frágiles puestos de trabajo que todavía nos quedan. El ciudadano corriente no entiende el porqué de tanto drama, de tanto odio entre unos y otros.

Ha sido un año muy complicado, y tras este tiempo, bastante tenemos con lidiar con los problemas reales como para focalizarnos en problemas irreales que nos llevan a la confrontación. Necesitamos más positividad y menos enfados.

La sensación de decadencia se ha apoderado de parte de la ciudadanía de Barcelona. Ante ello es imprescindible volver a sacar la mejor versión de nosotros mismos. Estamos ante un momento propicio, tenemos la oportunidad de volver a llevar a Barcelona a lo más alto, pero solo lo conseguiremos sumando entre todos. De otro modo, nos quedaremos instalados en lo de los últimos años. Un provincianismo rancio que nos empequeñece, que nos diferencia entre “nosotros y ellos”, haciéndonos débiles como comunidad.