Si nuestra aproximación a la problemática de los manteros se hace sólo a través de las imágenes que grabó una mujer con su teléfono móvil de los incidentes que se produjeron días atrás en la plaza de Catalunya tendremos una visión coja del asunto. De aquellas imágenes se deduce que unas personas de piel negra perseguían y golpeaban a un fornido hombre de piel y ropas blancas. La reacción espontánea es ponerse del lado de ese hombre y abominar de la actitud de los agresores.

¿Qué pasó? El hombre apareció en otras imágenes televisivas, con la cara hecha un mapa, diciendo que intentó defender a una mujer maltratada por unos manteros a los que recriminaba que entorpecían el paso del cochecito infantil con el que quería atravesar la zona. El portavoz  de los manteros declaró que eso era mentira y que el incidente se originó tras la agresión de dos hombres borrachos que agredieron a un mantero y que el ciudadano que acabó llevándose la peor parte se puso de parte de esos hombres.

¿La verdad? A ver qué concluye la justicia tras detener a uno de los manteros implicados en la pelea. La verdad de fondo es que, ¡qué novedad!, estamos ante un problema de solución difícil. ¿Imposible? Un problema que no sólo afecta Barcelona sino muchas localidades catalanas, españolas, europeas y de otros continentes. Incluido el africano. En Senegal, también hay manteros. Para entender o acercarse a esta cuestión recomiendo el documental realizado por Sònia Calvó i Joäo França “Plegar la manta”, que en poco más de media hora da voz a afectados y expertos y viaja a Dakar para enseñarnos que el oficio de mantero está muy extendido y viene de lejos temporal y geográficamente.

A Ada Colau le han caído críticas de todos lados a raíz de la agresión al turista afectado. El hecho de tener nacionalidad norteamericana y expresarse en perfecto castellano ha facilitado su protagonismo mediático. Al portavoz de los manteros cuesta de entenderlo y eso no beneficia su causa.

En este debate, cada bando tiene su parte de razón. Los manteros se ganan la vida de ese modo por falta de alternativas tras unos trayectos hasta nuestras ciudades en los que han corrido riesgos enormes y traumas horribles.  Los comerciantes establecidos en las proximidades de donde actúan los manteros pierden ventas con esa competencia fuera de la legalidad vigente. Y, lógicamente, se quejan. Los que nunca suelen quejarse son los turistas, encantados de pasearse entre bolsos, camisetas o gafas de sol a precio de saldo.

Un ejercicio divertido y probablemente ilustrador es plantearse la siguiente cuestión: Usted, amable lector, si tuviese que ser uno de los tres protagonistas de este debate ¿quién preferiría ser? ¿El comerciante? ¿El turista? ¿El mantero? Me juego lo que quiera a que no ha elegido la tercera opción.