Hace una semana murió repentinamente Claudio López Lamadrid, uno de los más grandes editores en lengua española. La noticia causó dolor y consternación entre aquéllos que le conocían y un sentido pésame en el mundo editorial. Su funeral reunió a más de setecientas personas. Todo el mundo del libro estuvo ahí: editores grandes y pequeños, en lengua española o catalana, procedentes de Madrid y Barcelona; docenas de autores, agentes literarios, traductores... No faltó, ni podía faltar, el ministro de Cultura, y otras muchas autoridades y representantes de diversos partidos políticos. Pero, claro, no de todos.

Alguien preguntó quién representaba a la Generalitat de Catalunya. En busca de una cara conocida, no dieron con ninguna. ¿Dónde está la consejera de Cultura? Los periodistas preguntaron a su departamento de prensa. La señora Borràs tenía otras cosas en su agenda y en su lugar había enviado a Maria Àngels Torras, que es directora de los servicios territoriales de Cultura de la Delegación Territorial de la Generalitat de Catalunya en Barcelona. Es decir, alguien, pero dos escalafones del organigrama por debajo de la consejera. Una birria de representación oficial, vamos.

La oficina de prensa del Departamento de Cultura tuvo que dar explicaciones a los periodistas. Dijeron, permítanme copiarlo, que la consejera «el viernes ya tuiteó el pésame». Recuerdo el tuit; se publicó tarde, era muy breve y soso, de compromiso, muy manido. Pero, a ver, ni que hubiera sido una obra de arte. ¿Un tuit y sanseacabó? La becaria cuelga un tuit y la consejera se limpia las manos y se escaquea. ¡Ya está! ¡Ya he cumplido! ¡Ya puedo salir al patio! El patio de Lledoners, en este caso.

De verdad que cuando uno lee estas cosas comprueba que cierta clase política no tiene ninguna clase. Se pierden las buenas costumbres.

Cuando le echaron en cara su ausencia respondió (¡con otro tuit!) que había estado (cito) «desde primera hora de la mañana y hasta el mediodía en Lledoners» para añadir, acto seguido, que «la Generalitat y la Conselleria ha estado representada por la Directora de Cultura Maria Àngels Torras». La directora de los servicios territoriales de Cultura de la Delegación Territorial de la Generalitat de Catalunya en Barcelona, mejor dicho, que no de Cultura y punto. Por esto tantos creyeron que no había enviado a nadie, porque envió a quien envió. Y toda una mañana en Lledoners... ¿y no pudo escaparse una hora?

Pero ¿qué podíamos esperar de la señora Borràs? Me dicen que en las reuniones procesistas se nos pone cursi y recita poesía y que algunas veces se viene arriba y llega a cantar y todo, para pasmo de parte del respetable que todavía conserva el sentido de la vergüenza. Porque, cielos, la cursilería es la esencia procesista. Uno pone el Manifiesto Koiné, una montaña de azúcar, colorante amarillo, un papá convergente y un acto folklórico y sale de la chistera la consejera Borràs.

Si nos ponemos profundos, tenemos una oposición heideggeriana entre la tierra y el mundo. Como decía Heidegger, en la tierra está la esencia, que se manifiesta en la poesía, que es «la casa del ser» y eso tan nostrado como la Fira de l’All de Cornellà de Terri o la Fira de l'Avellana de Brunyola, actos que el presidente Torra y su séquito no se pierden por nada del mundo. Pero ya sabemos quién era Heidegger y cómo las gastaba el tipo. Que el presidente Torra todavía se emocione hablando de los hermanos Badia o que la señora Borràs recite poemas y cante en defensa de la ideología del Manifiesto Koiné tiene mucho que ver con el Heidegger que se refería al mundo, la modernidad y la Ilustración como si fueran la peste, y no me hagan decir más.

Simplemente, no hacía falta un tuit, señora Borràs. No fue al entierro porque era un editor de mundo, no uno de provincias, como a usted le hubiera gustado.