Ada Colau y su camarilla no han ganado en votos en ningún distrito de Barcelona. Sus socios socialdemócratas tienen a las comuneras vencidas y rodeadas en la capital y en el Área Metropolitana. Y hay barrios ricos y barrios pobres donde gana votos la extrema derecha para espanto de las aguerridas revolucionarias que hacen gala de su bien pagada lucha antifascista, anticapitalista, antisistema y antimachista consistente en injuriar y acosar a un partido de derecha radical como si llevase cuernos, rabo y devorase a las criaturas y a las vírgenes crudas. Idénticos argumentos que los que disparaba Franco contra los comunistas. Sin embargo, los comunistas entraron en el Ayuntamiento de Barcelona y en los del cinturón rojo sin comerse a nadie y mejorando notoriamente la posición económica de sus representantes, como bien comprobaron los adinerados comisarios y monitores políticos de Colau en su Búnker Desc.

Tic, tac, tic, tac es la onomatopeya que usaba una mala compañía madrileña de Colau para indicar en tono chulapo y matón que se acababan los tiempos de una derecha conservadora en el poder. Es el mismo tic, tac que suena ahora cuando se extiende el plano de Barcelona sobre una mesa y se pinta de nuevo, barrio a barrio, según unos resultados electorales que no son municipales, pero sí orientativos. Porque parece un mapa meteorológico de aquellos que pronostican cambios atmosféricos y climáticos, con feos nubarrones y alguna posible ciclogénesis en la amalgama comunera. Coincide, además, con una nueva ola de asociaciones, movimientos, plataformas, marejadas vecinales y denuncias judiciales contra proyectos, planes, promesas urbanísticas y ataques a las empresas privadas de Colau y su costra en todo lo referente a vivienda, circulación, impuestos, tanatorios, transporte público, seguridad… Puede que no sea una tormenta perfecta, pero a veces un inesperado efecto mariposa trae sorpresas.

Seis años de ejercicio del poder desgastan a casi cualquiera. Sobre todo si ese ejercicio es un cúmulo de errores repetidos, no corregidos y aumentados hasta la histeria. Entonces el desgaste no es únicamente técnico y de gobernanza, sino de credibilidad a la vista de un balance de resultados que ha comportado una continuada pérdida de calidad de vida cotidiana, económica y de prestigio. Más aún cuando la primera actriz de la debacle tiene tendencia a sobreactuar aunque la delaten su mirada, su gestualidad, su verborrea y su pirómana afición por la Ciudad Quemada, la Rosa de Fuego y a batir el récord barcelonés de barricadas ardiendo entre algaradas, pedradas  y saqueos. Su goteo de votos perdidos actúa como la carcoma en su teatrillo desvencijado. Hasta que cae la tramoya, se desgarran los telones, quedan al descubierto los hilos que mueven a las marionetas, y sus payasos y cantadores sólo causan pena o asco. Es cuando el público comienza a arrojar huevos a los embaucadores, tal y como les enseñaron y entrenaron en sus madrigueras okupas. Porque la farsa se hace ya demasiado larga, pesada e incómoda de soportar. Y comienza aquel tic, tac, tic, tac, que… ¿lo recuerda Colau?