“Otra vez le pasa el diablo a un monte muy alto, y le muestra todos los reinos del mundo, y su gloria, Y dícele: Todo esto te daré, si postrado me adorares.” (San Mateo, 4:8-10)

Los barceloneses pusieron el nombre de Tibidabo (todo esto te daré) a la colina que domina la ciudad, y que gracias a San Juan Bosco hoy la corona una iglesia con un Sagrado Corazón en su cúspide, estilo Rio de Janeiro en modosito. Nuestros antecesores estaban tan orgullosos de su ciudad que entendieron que sin duda el diablo eligió Barcelona para tentar a Jesús. ¿La escogería hoy? Me pregunto.

Durante años lo mejor que podías decir en un viaje de negocios en el extranjero es que vivías en Barcelona, si además mencionabas los Juegos Olímpicos, causabas sensación. En una ocasión, hace una década, un espontaneo, sin previo aviso, me nominó para vicepresidente de una asociación profesional norteamericana, argumentando que había trabajado en el comité organizador de los Juegos, me callé y me eligieron. En uno de los últimos congresos en que participe en junio del 17, en Nueva York, un encuentro de comunidades inteligentes, me dieron la cena, me atacaron diciendo que cómo podía Barcelona tener un índice de desempleo tan elevado y que, si todo era fachada, ya se nos estaba hundiendo la marca. Y eso que todavía no habíamos sufrido el trágico atentado de agosto, ni se había intentado una sublevación contra un Estado de Derecho europeo. Ese octubre, recibí del extranjero al menos media docena de mails ofreciéndome refugio para toda la familia y otros tantos preguntándome si anulaban su viaje a Barcelona o cancelaban un congreso. Adiós marca.

Como sigamos mucho tiempo con el show, y no nos pongamos a trabajar, a resolver problemas, y a revertir la situación, de nosotros no va a querer saber nadie, nada. Pasaremos de ser la envidia y el modelo que seguir a ser considerados unos chiflados autodestructivos. Cuando las olimpiadas de Londres eran cuestionadas, los organizadores ponían de ejemplo el legado de la Barcelona olímpica. 25 años después aquí casi ni lo hemos celebrado.

Cientos de ciudades querrían tener los problemas que tiene Barcelona, que no son nada al lado de los que afrontan otras urbes. Millones de personas sueñan con ser europeos. En todo el mundo hay problemas fiscales entre las administraciones y entre la administración y los ciudadanos que son objeto de negociaciones y tira y afloja continuos y que nunca se acaban ni se acabaran, pero que no desembocan con gobiernos rompiendo las reglas de juego unilateralmente, insultando a Europa y llamando a la insurrección violenta, “apreteu”. Estamos haciendo el ridículo.

Barcelona, tiene que volver a ser un centro de atracción, de creatividad, de innovación, de calidad de vida, de desarrollo personal. Tiene que reconstituirse en una comunidad inteligente, en un lugar donde sus ciudadanos puedan crecer y desarrollarse, con trabajos cualificados, con oportunidades. Una Barcelona multicultural y abierta al mundo y a las nuevas tendencias y oportunidades. Las ciudades, al igual que en la antigua Grecia, van a ser el referente. Barcelona debe codearse con Nueva York, Toronto, Honk Kong, Singapur, San Francisco, Boston. Barcelona necesita construir de nuevo una estrategia de futuro, basada en diferentes pilares, como podrían ser, el turismo de calidad y de negocios, las industrias digitales, la moda y el comercio, el automóvil y la transformación del trasporte, la educación y la sanidad. Para ello necesitamos reformas importantes. Si nos comportamos como un erizo asustado, sacando las púas, los dioses van a bendecir a Madrid, Valencia y Zaragoza primero y después a Paris, Munich, Milan, etc. No se acordará de nosotros ni el diablo.

Menos mal que esto empieza a moverse y están surgiendo iniciativas y plataformas ciudadanas para cambiar la situación. La lucha por la alcaldía de la ciudad va a ser feroz y ya ha comenzado.  Barcelona deberá escoger entre ser la Nueva York del Mediterráneo o una ciudad insignificante y cerrada a todo como la Tirana de Enver Hoxha. Yo tengo clara la elección ¿y usted?