Hay que ver la que ha liado el Tete Maragall con su último berrinche. Creíamos que el hombre había asumido su derrota municipal de hace tres años, cuando Manuel Valls hizo alcaldesa de Barcelona a Ada Colau como mal menor desde el punto de vista constitucionalista, pero no era así: el Tete seguía siendo víctima del rencor, pero, simplemente, se mordía la lengua. Hasta que dejó de mordérsela hace unos días y se marcó una apabullante teoría conspiranoica según la cual se habría puesto en marcha una conjura de estado para impedirle convertirse en el alcalde indepe de Barcelona. Súbitamente, todos eran culpables de su derrota: el CNI, que le espiaba (según él), Ada Colau, colaboradora necesaria del perverso estado español, el PSC, su antiguo partido, al que detesta con la típica fe del converso. Para ser el (supuesto) Joe Biden catalán, su actitud recuerda poderosamente a la de Donald Trump. De hecho, me extraña que no haya animado a las masas a asaltar el ayuntamiento y a exigir que le den al Tete lo que el Tete cree que es del Tete.

No sé si era su intención, pero el hombre ha conseguido que se le rebote todo el mundo: el PSC, evidentemente; los comunes, siempre temerosos de ser acusados de colaborar con el estado opresor (hasta consiguió amargarle a Ada su participación en una consulta popular absurda sobre si el pueblo quiere monarquía o república); y hasta los de Junts x Puchi le han tenido que suplicar que se calme un poco y modere sus tendencias apocalípticas. Como se acercan elecciones, supongo que el Tete ha pensado que era el momento de soltar la bomba (fétida) y darse un poco de pisto. También comprendo que el hombre está al final de su vida política (y de la biológica, me temo) y tiene prisa por ponerle broche de oro a su segunda existencia de súper lazi. Pero no sé si estos exabruptos de última hora le van a servir de algo. Personalmente, lo dudo. Pero el mal rollo que ha conseguido generar es notable, poniendo en peligro todo tipo de pactos con el PSC, los Comunes y hasta los de Junts x Puchi.

Que un octogenario aspire a ser alcalde de su ciudad es, cuando menos, peculiar. Como lo es que en su partido lo acepten como candidato (será que no tienen mucho banquillo). Pero es que, además, el octogenario en cuestión nunca se ha distinguido por su brillantez, sino por ser el hermano de alguien que sí tenía su interés, aunque el Alzheimer lo haya convertido en una triste sombra de lo que fue. El Tete, hablando en plata, no es más que un burócrata que entró en el Ayuntamiento en tiempos de Porcioles para asegurarse un sueldo para toda la vida (aunque él vista la mona asegurando que siempre estuvo allí para conspirar y cambiar las cosas desde dentro, un intento que a Leonard Cohen le granjeó un castigo de veinte años de aburrimiento, como decía en First we take Manhattan, y que en el caso del Tete suena a excusa del modelo aceptamos-pulpo-como-animal-de-compañía.

La coherencia tampoco ha sido nunca una de las virtudes del Tete. Se pasó media vida en el sector más gris y borreguero del PSC, sin destacar por nada, y de la noche a la mañana, tuvo una epifanía patriótica y se hizo indepe, creyendo tal vez que ahí había más terreno para medrar (como así fue). Se presentó a alcalde y Manuel Valls lo ejecutó antes de volverse a Francia. Creíamos que lo había superado, pero nos equivocábamos. Y aunque ha dado marcha atrás en sus ataques a Colau (por la cuenta que le trae), prosigue en su sobreactuación del asco a su antiguo partido y a todo lo que le huela a español.

El Tete Maragall no es el único político catalán cansino y pesado que nos vemos obligados a soportar, pero puede que sí uno de los más mezquinos. Ya sé que jugar a la petanca y aguantar a los nietos no son actividades especialmente estimulantes, pero que tengamos que aguantar la renuencia de un señor provecto a jubilarse tampoco es plato de gusto.