La pasada primavera la escuela barcelonesa Tàber decidió prohibir a sus alumnos la lectura de varios libros, entre ellos un viejo cuento universal: Caperucita Roja. En opinión de los profesores (tal vez mejor llamarlos nuevos inquisidores), fomentaban valores tóxicos. Aún no han decidido su quema, pero todo se andará. Quizá valga la pena recordar las palabras del poeta alemán Heinrich Heine: “Sólo es un preludio: donde se queman los libros, luego se quema al hombre y finalmente a la humanidad”. Hoy figuran junto a un monumento situado frente a la Facultad de Derecho de la Universidad Humboldt, en Berlín. Es un hueco en el suelo y dentro hay estanterías vacías, en recuerdo de los libros que allí mismo quemaron los nazis y también una evocación de los libros que no se escribieron porque nadie pudo leer los que ardieron.

Hay quien dice que los poetas tienen un don profético. Si así fuere, hay que empezar a temer lo que pueda ocurrir en Barcelona. Superada la fase de la prohibición de libros, ha empezado la caza del hombre que piense de manera diferente o que simplemente piense.

Ahí está el informe elaborado por las entidades Impulso Ciudadano y Movimiento contra la Intolerancia, a través del Observatorio Cívico de la Violencia Política en Cataluña. En lo que va de año (sin contar los del 11 de septiembre) se han contabilizado en Cataluña 189 incidentes violentos. De ellos, 145 en la provincia de Barcelona: 69 en la propia ciudad y 59 en el área metropolitana.

Curiosamente, esta violencia (una agresión diaria) no computa a la hora de hablar de la “crisis de seguridad” que ha merecido titulares en la BBC, Der Spiegel o el Frankfurter Algemeine Zeitung. Tampoco Ada Colau la tuvo en cuenta al criticar la pasividad del consejero Buch en Barcelona. Hay quien sugiere que es así porque se trata de violencia de “baja intensidad”. Pero bien podría ser que las autoridades, sobre todo el Departamento de Interior, no estén preocupadas por la cuestión porque la mayoría de las víctimas son gente que no se suma al órdago independentista. Ahí está la agresión a un equipo de TVE frente al Parlament: ni un solo detenido. Y mira que había mossos aunque... ¡A saber qué órdenes tenían!

El observatorio ha detallado minuciosamente los 189 hechos que ha podido registrar y señala que, en su mayor parte, los agredidos fueron “los partidos políticos Cs, PSC, Vox y PP”. Después del pacto que dio la alcaldía a Ada Colau, también los comunes pasaron a ser objeto del odio.

Hubo alguna agresión a las formaciones independentistas, aunque no siempre realizadas por sus oponentes. Así, el pasado mes de agosto los CDR dejaron excrementos ante sedes de ERC y PdCat, con inscripciones que decían: “Mierda de partidos” y “Esta tierra no perdona traidores”. Como si la tierra pudiera perdonar, condenar o cualquier otra cosa.

Destaca el informe que hay una formación que no ha registrado ningún tipo de ataque ni descalificación: JuntsxCat. Ahí queda el dato para quien quiera interpretarlo. En total, las agresiones a personas o entidades no independentistas suponen el 90,45%, mientras que las recibidas por los separatistas suman el 9,52%.

Algunas de estas agresiones han sido firmadas por entidades conocidas: Arran, los CDR (sean éstos lo que sean) y la Intersindical CSC, una especie de sindicato situado en la órbita independentista al que el poder autonómico rinde honores pese a su escasa capacidad de representación. De hecho, en los medios laborales es conocido como la CoSiCa por su insignificancia.

El terror amarillo sigue la pauta: se prohíben libros, se anatemiza al que piensa, se le insulta y persigue y, cuando se pueda, se pasará a mayores. Eso sí, en nombre de la tierra, de la patria. Al menos los anarquistas, cuando actuaban por “la causa” pensaban en toda la humanidad.