El conflicto que más titulares acaparó durante el primer mandato de Ada Colau fue su enfrentamiento con los bares y restaurantes de la ciudad a propósito de las terrazas, que en algunos casos invadían las aceras sin respetar las ordenanzas y a las que ella y su equipo tenían especial manía. Aún no han transcurrido seis años desde que empezaron aquellas escaramuzas y la política del consistorio en este asunto ha dado un giro de 180 grados.

Un cambio que queda perfectamente resumido en la frase de Janet Sanz, la responsable de Urbanismo y Movilidad. “Las terrazas han llegado para quedarse”, ha dicho para referirse no a las que perseguían hasta hace poco, sino a todas ellas más los 3.668 permisos otorgados para nuevas concesiones y ampliaciones.

Lo que separa esas dos actitudes tan opuestas es la implementación del urbanismo táctico, o sea la utilización del espacio ciudadano para ocurrencias en torno a la movilidad, y la pandemia. El covid podría justificar el crecimiento del número de veladores en la ciudad, pero solo durante los periodos en que se debían observar ciertas condiciones de higiene, como las distancias, que por cierto la mayoría de los establecimientos de Barcelona no han respetado, como todo el mundo ha podido comprobar.

El ayuntamiento ha transformado las licencias provisionales en definitivas y se propone cambiar disimuladamente esas piezas de cemento New Jersey, propias de la estética cupaire que invade la ciudad, por plataformas de diseño adornadas de verde. Ahora está en fase de prueba de los cuatro prototipos que han recibido el plácet y que, presuntamente, acabarán con el desorden hasta llegar a una estandarización del estilo de los chiringuitos playeros.

¿Por qué ha cambiado de opinión Barcelona en Comú? Es poco probable que el partido de Colau considere que esa proliferación de mesas en aceras y calzadas reduzca la masificación turística de la ciudad, como lo es que piense que se trata de una oferta capaz de elevar el poder adquisitivo de los visitantes y huir así de la mochila y la chancleta. Puede que haya visto ahí la oportunidad de dar un uso presuntamente ciudadano al espacio que quita a los automóviles, que esté diciendo a los barceloneses: no os quejéis de que tengáis que pagar un aparcamiento privado, porque a cambio podréis tomar una caña en una de las mesas que el bar de la esquina os ha clavado delante de casa.

Aunque también es cierto que ya nos tiene acostumbrados a esas incoherencias. La presencia de la alcaldesa en una manifestación de los trabajadores de Nissan en defensa de sus puestos de trabajo mientras desde el despacho hacía la vida imposible a los conductores de coches pasará a los anales de la historia local.

Pensaba en estas contradicciones el lunes cuando encontré los parterres de la terraza de un bar de la calle Industria concienzudamente destrozados. No había sido el viento, ni un accidente fortuito. Los tiestos eran de material de construcción, sólidos, fuertes y de gran tamaño. Alguien se había entretenido en machacarlos y dejarlos desparramados, respetando, eso sí, los arbustos y la tierra que contenían. Debieron emplear martillos o mazas, herramientas consistentes y definitivas.

Ayer volví a pasar por Camp de l’Arpa. No había el más mínimo resto de aquellas jardineras en la estrecha acera: solo quedaba el acotamiento de una pequeña terraza con tres mesas muy próximas entre sí, más otras tres fuera ya del perímetro. No es descabellado pensar en la actuación de un barcelonés incívico que se tomó la justicia por su mano el día de descanso del bar, harto quizá del expansionismo hostelero.

Motos mal aparcadas, bicicletas y patinetes, gente sentada con un cortado, parejas de gente mayor dando su lento paseo diario, cuidadoras con la silla de ruedas de un anciano a cuestas, paseantes de perros y, luego, los demás. No cabemos en las aceras de nuestras calles, sobre todo en las de los barrios populares. El consistorio no lo ve, lógicamente, porque va en coche oficial.

Como en el caso de la recogida selectiva de basuras de Sant Andreu, la alcaldía sabe lo que conviene a los barceloneses mucho mejor y mucho antes que ellos; es lo que tiene la ilustración. Y encima decide con el mismo fundamento y ligereza con que cambia de opinión.