El peculiar homenaje de la muchachada indepe al mítico festival de Woodstock de 1969 concluyó ayer con la irrupción de la Guardia Urbana en el campamento de la plaza Universitat, que se saldó con dos detenciones y la retirada de las tiendas de campaña que ensuciaban el lugar y alteraban el tráfico de la zona. ¿Por qué los han desalojado ahora y no cuando empezó el camping procesista? ¿Por qué no se aprovechó la lluvia torrencial de hace unos días, que debió dejar a los acampados hechos unos zorros, para aporrear a los supervivientes de la tormenta, que debían estar para el arrastre y no serían muchos, dado que casi todas las tiendas estaban vacías porque sus supuestos habitantes pasaban la noche bien calentitos en casa de papá y mamá? Misterio. O no tanto.

La Gene y el Ayuntamiento llevaban desde el principio del happening quitándose el muerto de encima e insistiendo en que era la otra institución la que debía hacerse cargo del asunto. Y el asunto era peliagudo. Si hubiesen acampado unos gitanos rumanos, con su acordeón y su cabra, habrían sido desalojados ipso facto, pero ante unos chavales independentistas, las cosas no podían ir tan rápido por aquello del qué dirán.

Ada Colau no quería ser la primera en restablecer el orden porque más que alcaldesa, es activista. En general. Y ya sabemos que cuando la turba acosa a la policía nacional en su sede central de Barcelona, en vez de poner en su sitio a los alborotadores, alumbra la brillante idea de trasladar la comisaria al quinto pino. Así pues, ¿cómo deshacerse de los molestos ocupantes de la plaza Universidad sin que le llamen feixista?

Podría haberse agarrado al robo de 30.000 euros de la caja de resistencia por parte de Arran, pero ya sabemos que ésos tienen bula para hacer el cafre sin tasa. Lo de la violación también clamaba al cielo, pero hay que ser tolerantes con la testosterona juvenil indepe, que una cosa son las bestias pardas (y españolas) de La Manada y otra, los chavales de buena familia catalana que se pasan con la ratafía y se ponen a hacer el pulpo con la primera que encuentran.

El desalojo tuvo lugar finalmente sin que entendamos a qué ha venido tanta demora. O sí, dada la peculiar manera de afrontar el orden público que tiene la señora Colau. Los acampados les han amargado la vida a sus conciudadanos durante veintidós días por la patilla, y ni el Ayuntamiento ni la Generalitat -comandados por sendos activistas- han movido una porra hasta que han llegado a la conclusión de que ya era hora de poner punto final a la fiesta, pues no hay que infravalorar en exceso los votos del tendero y del pequeño burgués. Más vale tarde que nunca. Y en cuanto a la alcaldesa, siguiendo con los refranes, d´on no n´hi ha no en ratja.