Encontrarme, hace unos días, con la alcaldesa de Barcelona imitando el posado de Uma Thurman en el cartel promocional de «Pulp Fiction» me ha hecho esperar como agua de mayo la participación de Pilar Rahola en la campaña promocional de la Agència Catalana de Turisme, ya puestos. Imagino a la inefable recitando eso de: «Hay lugares en los que volvemos a soñar, empezamos una amistad de verdad, bosques donde descubrir que la felicidad es estar unidos». Temo, sin embargo, que no llegará ese día.

No, porque al tiempo que lanza esa campaña, el director de la agencia, el señor Font, emplea el adjetivo «opresores» para hablar de los «colonos» y es aplaudido por el procesismo y el gobierno que le regaló el cargo, valga la redundancia. Nada nuevo, por desgracia. Pero, según declaraciones a la prensa de los gremios de empresarios del sector, que vengan turistas a Cataluña del resto de España «dependerá del cariño que nos tengan» (sic). Añaden que no les gustará venir si tienen que andar (cito) «con prevenciones a causa de algunos matices políticos». Como siempre, no se atreven a decir claramente que el «procès» ha jodido nuestra imagen a base de bien y que los posibles turistas tienen miedo a sentirse maltratados.

Supongo que por eso se descartaron para la campaña las fotografías del señor Torra bebiendo de un botijo, promocionando la ratafía, segando alfalfa o tejiendo una ristra de ajos, casi siempre al lado de un cura, elogio todo ello de un país que, cuenta la leyenda, una vez fue moderno y estuvo abierto a la inteligencia, aunque hoy vive sometido al onanismo nacionalista, como muestran las actividades presidenciales.

En otros tiempos, hubiera exclamado: «¡Suerte que nos queda Barcelona!». Porque, como todo el mundo sabe, Cataluña son los alrededores de Barcelona y marca por marca, la marca de la Ciudad Condal le da vuelta y media a cualquier otra. Pero, ay, como han dicho otros antes que yo, no parece que el Ayuntamiento de Barcelona esté para promocionar turismo de ninguna clase ni marcas ni zarandajas por el estilo.

Eso supone un problema.

Porque Barcelona ya no es la que era. Ha perdido dinamismo e iniciativa. Su alta burguesía ya no promociona ni la cultura ni el arte ni la ciencia ni nada, sino que se refugia en el palco del F.C. Barcelona y vende todo lo que tenía a grupos multinacionales, para vivir de rentas. Queda el turismo, fuente de trabajos poco cualificados, temporales y mal pagados. Aun así, nos guste o no nos guste, el turismo se ha convertido en una de nuestras principales fuentes de ingresos. Pero este año ya pueden darlo por perdido, y los siguientes, ya se verá. Quizá el turismo como lo hemos conocido hasta ahora haya pasado a mejor vida… o quizá no.

¿Qué podríamos hacer? Dejo caer por aquí una idea que leí hace poco. Lo llaman «turismo continuo». La maldita epidemia ha puesto sobre la mesa la cuestión del teletrabajo. Parece que en el futuro irá a más. De hecho, algunas empresas de alta tecnología están reduciendo a la más mínima expresión el trabajo «presencial». ¿Por qué no teletrabajar desde Barcelona, por ejemplo? Ya puestos, ¿por qué no fomentar que vengan los profesionales de esas empresas a trabajar aquí? Tienen mar, sol, playas, alcohol barato y una comida excelente, buenas comunicaciones por tierra, mar y aire, lo tienen todo. Esa mezcla de turismo e inmigración cualificada sería una fuente de riqueza que superaría, a largo plazo, las ventajas y los beneficios del turismo de botellón. Echen imaginación al asunto.

Pero, claro, para fomentar algo así, o cualquier otra buena idea, mejor todos unidos. Además, haría falta inteligencia, un clima de entendimiento, un objetivo común —el beneficio de Barcelona— y un plan estratégico a largo plazo, más allá de la política chapucera y populista en la que nos hemos instalado, promotora de rencillas, mentiras y violencias.

Entonces miro a uno y otro lado de la plaza de Sant Jaume y veo a la alcaldesa imitando a Uma Thurman y al presidente con cara de mala digestión dándole a la ratafía y ruego, por favor, que nos invada Portugal y acabemos con esto de una vez.