En medio del barro de la mediocridad cabe un lugar para la esperanza. El día de Sant Jordi se inició una campaña de vacunación masiva contra la malaria en el continente africano. Se comenzará vacunando a 360.000 niños cada año en Malaui, Kenia y Ghana. Si este plan piloto tiene éxito, se generalizará esta vacuna y se sumarán más países. Recordemos que la malaria afecta cada año a más de 200 millones de personas y mata casi a medio millón de ellas. Dos tercios de las muertes se dan entre menores de cinco años y la mitad de las víctimas son niños africanos.

Aunque la eficacia de la vacuna empleada es todavía limitada (alrededor de un 40%), podría ahorrarnos miles de muertes y muchos padecimientos. La experiencia que se inició esta semana servirá para delimitar los factores que limitan su eficacia y nos ayudará a desarrollar mejoras para la siguiente generación de vacunas. Es una noticia muy importante, más de lo que parece, y tendría que haberse llevado los grandes titulares de la jornada.

Ésta es la cara, y ahora, la cruz.

Cabe la esperanza, he dicho al principio, pero también se nos echa encima el daño causado por nuestra estupidez, la propia, que nunca deja de sorprendernos y golpearnos donde más duele. Hablo, por supuesto, de los movimientos antivacunas.

El caso del sarampión es un caso flagrante. Esta enfermedad mataba dos o tres millones de personas al año antes de extenderse su vacuna. Como vivimos en países ricos con un sistema sanitario excelente, y no tenemos memoria, no somos conscientes del daño que puede hacer. Pero salió la vacuna, se empleó y gracias a ella pudimos erradicar el sarrampión en muchos países, o reducirlo a una mínima expresión. Las campañas de vacunación preventiva redujeron la mortalidad del sarrampión hasta las 100.000 muertes al año en todo el mundo. Pero...

Es ahora cuando surge la estupidez supina en forma de movimiento antivacunas. En 2017 la cifra se elevó a 110.000 muertes al año. Saltaron todas las alarmas. Se habla de más de 140 millones de niños sin vacunar de sarrampión en todo el mundo, cifra que puede ser considerablemente más alta, pues sólo se refiere a la primera de las dos dosis necesarias. En países tan avanzados como los EE.UU., Francia, Italia o Alemania se ha perdido o está a punto de perderse la inmunidad de grupo, que se consigue cuando se vacuna más del 95% de la población.

¿Por qué no se vacuna? Las causas son evidentes. Una, la desigualdad de la renta que no compensa una sanidad pública en retroceso. Pero otra, cielos, la estupidez misma: el auge de los movimientos antivacunas. Esta última causa se da en los países más favorecidos y entre las rentas más altas. Tener dinero no protege de la estupidez.

En Europa (incluyendo lo que antes era la Unión Soviética), de poco más de 5.000 casos registrados en 2016 (un mínimo histórico) se ha pasado a más de 25.000 en 2018 y en algunos países el incremento ha sido tan dramático y peligroso como estúpido, porque son (insisto) países ricos, la vacuna es barata, eficaz y segura y la mayoría de estas infecciones podrían haberse evitado. En Francia se registraron más de 2.500 casos, más de 2.000 en Italia, etcétera. El caso de los EE.UU. es igualmente preocupante, con varias alertas sanitarias en curso y una amenaza de epidemia.

España, por el momento, vacuna como Dios manda y eso es un motivo de orgullo, pero las señales de peligro son evidentes. La estupidez es un mal contagioso y el terreno está abonado para que se extienda. En las farmacias se vende homeopatía con desparpajo, cuando los caramelos en el supermercado salen muchísimo más baratos. Un paseo cualquiera por Barcelona descubre docenas de centros donde se practican supercherías de toda clase y condición: homeopatía, acupuntura, reiki, dietas milagrosas, psicoanálisis, terapias biolectromagnéticas cuánticas energéticas divinas de la muerte y qué sé yo. Si la gente compra esto (y no es barato), si presumen de terapeuta ante las amistades, ¿de verdad que no existe peligro de propagación de un movimiento contrario a las vacunas?

¿Qué vacuna existe contra la estupidez? No creo que exista. Por eso tiene que combatirse la superchería desde arriba, con ganas, para limitar la magnitud del daño que pueda hacer un estúpido diciendo o haciendo estupideces. En este aspecto, creo que tendría que existir un consenso político y social, o trabajar para que exista. Hoy les parecerá una utopía, pero con la salud no se juega. O no debería jugarse. Por eso, el asunto de los recortes en sanidad pública es tan sangrante, pero ése sería el tema de otro artículo.