El escultor barcelonés Josep Maria Subirachs nació en una humilde familia de Poblenou y aspiraba a ser arquitecto. Su padre Josep fue un obrero más en una fábrica de tintes, y su madre Josepa un ama de casa de principios de siglo XX. Ahora que la revista Time dedica su último número a la Sagrada Familia es buen momento para hacer algunos comentarios.

Pude conocer a Subirachs en Barcelona una tarde de 1994 en el Colegio Mayor Monterols. Yo empezaba mis estudios de doctorado y estuvo de tertulia con nosotros. Le veíamos como una especie de adversario, porque por entonces estaba trabajando en la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia y públicamente se declaraba agnóstico. Tuvimos la impresión de estar con un hombre triste, de piel muy blanca y cansado, muy cansado. Al acabar, estampó su firma en nuestro Libro de Honor y se marchó por donde había venido.

Años antes, Vicenç Altaió, entonces director de la desaparecida revista Artics, había recogido frases de intelectuales que estaban en contra de que Subirachs hiciera la fachada de la Pasión. Xavier Rubert de Ventós dijo: "Creo que se trata de un error. El hecho de que sea un templo expiatorio no significa que debamos castigarlo con esas esculturas". Joan Brossa afirmó: "Comenzó con Parsifal y termina con Els Pastorets"; etc. El mismo Altaió escribió: "Subirachs, deja en paz la sagrada escultura".

Y estos eran los progres. Porque cada semana un grupo de católicos tradicionalistas organizaban una procesión con el rezo del santo rosario alrededor del templo para desagraviar por las barbaridades de la escultura de Subirachs. Mientras, el escultor decía: “Las palabras pasan; pero las obras quedan.” La historia de la Sagrada Familia se sigue escribiendo y Lisa Abend, la corresponsal en España de Time, ha escrito que se trata de “una obra maestra en perpetua construcción”.

Una vez decidida la prosecución del templo expiatorio, construir es siempre una buena noticia, y más su cercano acabamiento. Otra cosa es cómo se está interpretando el pensamiento de Gaudí y el modo como los arquitectos construyen un espacio arquitectónico generado digitalmente y producido mediante fresadoras de piedra impulsadas por programas de cálculo numérico.

En este contexto, cuanto más se construye una especie de Sagrada Familia digital, la obra de Subirachs cobra más importancia. Mientras las torres de Cristo, la Virgen, los evangelistas y los santos suben a toda mecha, la fachada de la Pasión cobra más y más significado. Conceptualmente basada en un famoso boceto de Gaudí, Subirachs tardó muchos años en construirla. Y lo hizo a golpe de martillo sobre la piedra, con sudor y lágrimas.

En realidad, la sangre la puso quien recorría el Via Crucis, que Subirachs interpretó en forma de itinerario-serpiente. Sobre la piedra excavó los dados de los soldados sorteando la túnica del Maestro, el Alfa y Omega (principio y fin), un hombre destrozado atado a la columna: como un gigante con los pies de barro, el pecho de plata y la cabeza de oro.

Subirachs lo había manifestado en público: mis maestros fueron Antoni Gaudí, Orson Welles y Saúl Steinberg. Muchos turistas pensarán, al pasar, que la fachada de la Pasión no es de Subirachs sino de Gaudí. Pero el instinto cinematográfico y la precisión dibujística del escultor (puro Welles y Steinberg) hablan de un artista de Barcelona que dio la talla a nivel internacional.